EL PRESIDENTE DEL NO PUEDO
por Tariq Ali (capítulo extraido de su libro “El síndrome de Obama” pp 67-120
En qué ha cambiado el imperio estadounidense desde que la Casa Blanca pasó a nuevas manos? La opinión que predominaba tanto en la población en general como en buena parte de la izquierda amnésica era que, con la Administración Bush, Estados Unidos había caído en un régimen aberrante, producto de una especie de golpe de Estado llevado a cabo por una camarilla de fanáticos derechistas —o de corporaciones ultrarreaccionarias— que había secuestrado la democracia estadounidense para llevar a cabo unas políticas de agresión sin precedentes en Oriente Próximo. Como reacción, la elección a la presidencia de un demócrata mestizo que se comprometió a curar las heridas dentro del país y a restablecer su reputación en el exterior fue recibida con una oleada de euforia ideológica como no se había visto desde los días de Kennedy. Estados Unidos
podría volver a mostrar al mundo su verdadero rostro: decidido, pero pacífico; firme, pero generoso; humano, respetuoso, multicultural. Naturalmente, con el temple de un Lincoln o un Roosevelt de nuestro tiempo, el joven gobernante tendría que llegar a compromisos, como todo estadista. Pero, al menos, el vergonzoso interludio de jactancia y criminalidad republicanas había tocado a su fin. Bush y Cheney habían roto la continuidad del liderazgo estadounidense multilateral que había resultado tan positivo para el país durante la Guerra Fría y después. Obama lo restablecería.
Pocas veces se ha desenmascarado más rápidamente una mitología interesada o la credulidad bien intencionada. No ha habido una ruptura decisiva en la política exterior, que hay que diferenciar de la música ambiental diplomática, entre las administraciones de Bush Uno, Clinton y Bush Dos; tampoco la ha habido entre los regímenes de Bush y de Obama. Incluso antes del derrumbamiento de la URSS, la doctrina Cárter —la construcción de otro pilar democrático de derechos humanos— había definido el Gran Oriente Próximo como el campo de batalla decisivo para la imposición del poder estadounidense en todo el mundo. Basta echar una mirada a sus distintos sectores para darse cuenta de que Obama es una criatura de Bush, como Bush fue hijo de Clinton y éste de Bush padre, en lo que parece una apropiada sucesión de engendramientos bíblicos.
La línea de Obama hacia Israel se pondría de manifiesto incluso antes de que llegara al poder. El 27 de diciembre de 2008 las Fuerzas de Defensa de Israel lanzaron un ataque por tierra y aire contra la población de Gaza. Los bombardeos, las quemaduras y los crímenes continuaron sin interrupción a lo largo de veintidós días, durante los cuales el presidente electo no pronunció una sílaba de reprobación. Como estaba acordado, Tel Aviv suspendió su ataque relámpago pocas horas antes de que Obama prestase juramento el 20 de enero de 2009 para no aguar la fiesta. Para entonces, Obama había escogido al ultrasionista «do-berman» de Chicago, Rahm Emanuel, ex voluntario de las Fuerzas de Defensa de Israel, como jefe de gabinete. Una vez instalado, Obama, como cada presidente de Estados Unidos, hizo un llamamiento a la paz entre los dos pueblos de Tierra Santa que sufren y, de nuevo, como cada predecesor, pidió a los palestinos que reconocieran a Israel y a Israel que detuviera los asentamientos en los territorios ocupados desde 1967. Una semana después del discurso del presidente en El Cairo, en el que se comprometió a oponerse a nuevos asentamientos, la coalición de Netanyahu aprobaba la construcción de más viviendas judías en Jerusalén Este con total impunidad. En otoño, la secretaria de Estado Clinton estaba felicitando a Netanyahu por las «concesiones sin precedentes» que había hecho su gobierno. Mark Landler, del New York Times, le preguntó en una conferencia de prensa en Jerusalén: «Señora secretaria, cuando estuvo aquí en marzo, en su primera visita, condenó rotundamente la demolición de casas en Jerusalén Este. Sin embargo, la demolición no se ha detenido y, de hecho, hace unos días, el alcalde de la ciudad de Jerusalén emitió una nueva orden de demolición. ¿Cómo caracterizaría usted hoy esa política?». Clinton no se dignó a responder1.
Un mes antes, una misión de la ONU creada para investigar la invasión de Gaza informó de que las Fuerzas de Defensa de Israel no siempre habían actuado de acuerdo con la legalidad, aunque naturalmente sus actos habían sido provocados por los ataques con cohetes de Hamas. Presidida por uno de los servidores más notorios de la «justicia internacional», el juez sudafricano Richard Goldstone, fiscal del preorquestado Tribunal de La Haya y sionista reconocido, las acusaciones de la misión contra Israel difícilmente podrían haber sido más débiles, en contraste con los testimonios que escucharon en Gaza, que se pueden consultar en su sitio web2. Incluso así,
1 «Rcmarks with Isracli Prime Ministcr Binyamin Netanyahu», Jcrusa-len, 31 de octubre de 2009. Disponible en línea.
2 En una entrevista con la Radio del Ejérdro israclí mantenida en hebreo, Nicole Goldsrone, la hija del juez, declaró: "Mi padre aceptó esta mi-
al no estar acostumbrados a ningún tipo de crítica, Tel Aviv reaccionó con indignación, por lo que Washington indicó a su cliente en la dirección de la OLP, Mahmoud Abbas, que debía oponerse a que el tema se tratase en la ONU3. Esto fue demasiado incluso para los seguidores de Abbas y el escándalo consiguiente le obligó a retractarse, lo que le desacreditó aún más. El episodio confirmó que el Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC, en sus siglas inglesas) tiene en Washington la misma influencia que siempre, lo que desmiente las ilusiones que abrigaba un sector de la izquierda estadounidense de que el antiguo lobby de Israel, que en cualquier caso nunca tuvo mucha fuerza, estaba siendo sustituido por una variedad más civilizada del sionismo estadounidense.
En el escenario palestino del sistema estadounidense, la ausencia de novedades significativas no implica que no ocurra nada. Vista desde una perspectiva más larga, la política de Estados Unidos ha sido indu-
sión porque pensó que estaba haciendo lo mejor para la paz, para todo el mundo y también para israel... No fue fácil. MÍ padre no esperaba ver y escuchar lo que vio y escuchó». Dijo a la emisora que si no hubiera sido por su padre, el informe habría sido más duro. Se podría añadir que si no hubiera sido por la presencia de la enérgica abogada pakistaní Hiña Jilani, habría sido incluso más blando.
1 Los israclíes aplicaron la sanción definitiva: si Abbas suscribía el Informe Goldstone, quedaba cancelado el acuerdo entre una compañía israelí de teléfonos móviles y altos cargos de la OLP.
cir a Israel, por su propio interés, a crear uno o más bantustanes4. La condición ha sido, claro está, la eliminación de toda perspectiva de un verdadero lide-razgo palestino o de un verdadero Estado palestino. El primer paso en este proceso fueron los Acuerdos de Oslo, que desacreditaron a la OLP, estableciendo una Autoridad Palestina que era poco más que una fachada Potemkin de la autoridad real en los territorios ocupados, las Fuerzas de Defensa de Israel. Incapaz de conseguir ni siquiera una independencia simbólica, la dirección de la OLP en Qsjordania se dispuso a enriquecerse y dejó indefensos a la mayoría de los palestinos. Por el contrario, mediante un sistema primitivo pero eficaz de Estado del bienestar, capaz de distribuir comida y atención médica en los barrios pobres y de preocuparse por los débiles, Hamas logró ganar suficiente apoyo popular como para triunfar en las elecciones palestinas de 2006. Euro-América reaccionó con un boicot económico y político inmediato, y elevando a Fatah de nuevo al poder en Cisjordania. En Gaza, donde Hamas era más fuerte, Israel ha estado incitando durante algún tiempo un golpe de Mohammed Dahlan, el matón favorito de Washington en el aparato de seguridad de la OLP.
4 Aunque habría que señalar que tanto el obispo Tutu como Ronnie Kasrils, ex viceministro de Defensa en el Gobierno de Mándela, rechazan de plano esta analogía. Ellos insisten en que la situación de los palestinos en los territorios ocupados es mucho peor que la de los negros en los bantustanes.
El ministro de Defensa, Ben-Eliezer, ha testificado públicamente ante el Comité de Asuntos Exteriores y Defensa del Knesset que en 2002, cuando las Fuerzas de Defensa de Israel se retiraron de Gaza, ofreció la Franja a Dahlan, que se mostró dispuesto a desencadenar una guerra civil palestina, desde hace tiempo el deseo secreto de muchos colonos israelíes. Cuatro años después, Washington dio instrucciones a Dahlan para llevar a cabo un golpe militar en Gaza, pero se le adelantó Hamas, que se hizo con el poder en la Franja a mediados de 20075. Después del castigo político y económico euro-americano a los votantes por desafiar a Occidente llegó el castigo militar israelí a finales de 2008, con la connivencia de Obama y otros líderes europeos.
Pero el resultado no es el punto muerto que con tanta regularidad deploran los bienintencionados promotores de «un acuerdo pacífico». Tras sucesivos golpes y en un aislamiento creciente, la resistencia palestina se está debilitando poco a poco hasta un punto en que el propio Hamas —incapaz de desarrollar una estrategia coherente o de romper con los Acuerdos de Oslo, de los que también es prisionero— se encamina hacia la aceptación de las limosnas israelíes, adornadas con una compensación de Occidente. No existe una verdadera Autoridad Palestina. A los repre-
5Véase David Rose, «The Gaza Bombshell», Vanity Fair, abril de 2008.
sentantes electos de Cisjordania y Gaza se les trata como ONG mendicantes: recompensados si permanecen de rodillas y aceptan los dictados occidentales, sancionados si actúan de otra manera. Racionalmente, a los palestinos les convendría mucho más disolver la Autoridad y exigir la ciudadanía en pie de igualdad dentro de un solo Estado, apoyados por una campaña internacional de boicot, aislamiento y sanciones hasta que se desmantelen las estructuras de apartheid is-raelíes. En la práctica, esto no tiene prácticamente ninguna posibilidad en un futuro inmediato. Con toda probabilidad, lo que veremos en el futuro es la convergencia de Obama y Netanyahu —a quien Haaretz ya dedica mayores elogios que a Rabin— en una solución final de entidades «palestinas» con las que Israel pueda vivir y en las que Palestina pueda morir.
Netanyahu y Ehud Barak necesitan a Obama para llevar a cabo su plan. Obama les necesita para que el AIPAC y su red de partidarios en todo el país le apoyen. El dinero proisraelí desempeña un importante papel en las elecciones estadounidenses y la aprobación del AÍPAC puede ser decisiva cuando la carrera está igualada. Sólo hay un criterio: lealtad ciega a Israel y denuncia ciega de los que critican sus políticas como fanáticos y antisemitas. Los candidatos a la presidencia, el Congreso y el Senado de ambos partidos se ponen obedientemente a la cola en las reuniones del AIPAC para prometer su apoyo y recibir su generosidad6.
Como ocurre con frecuencia en la región, los mejores planes elaborados por los líderes israelíes y sus amigos de Washington se han torcido. La visita de Netanyahu a la Casa Blanca, tras una triunfante gira por Canadá, fue cancelada apresuradamente en mayo de 2010 cuando los líderes de Israel subestimaron el impacto del asalto militar israelí a una flotilla pacífica que llevaba medicinas, equipo médico y otra ayuda humanitaria al gueto palestino. Nueve activistas turcos perdieron la vida a bordo del barco turco Mavi Mármara. Otros fueron detenidos y llevados a Israel. Netanyahu y Ehud Barack habían orquestado y autorizado el ataque, pero habían subestimado la respuesta.
En la mayor parte del mundo cundió la indignación. Incluso el Gobierno alemán, habitualmente coartado por el cínico chantaje israelí, se vio obligado a hacer unas críticas suaves. No obstante, cuando el Gobierno británico calificó de «inaceptable» la conducta israelí y pidió el levantamiento inmediato del embargo, la BBC se convirtió en un vehículo infiltrado de propaganda israelí. La mayor parte de Europa adoptó la misma postura que el Gobierno británico.
6 Para un examen detallado de los vínculos entre el lobby israelí y la política estadounidense, véase Michael Massing, «The Storm over the Israel Lobby», New York Review ofBooks, 8 de junio de 2008.
Egipto se vio obligado a abrir su frontera con Gaza e incluso Mahmoud Abbas se atrevió a pronunciar unas palabras de condena. Estados Unidos se negó a criticar los actos israelíes, lo que constituía una burla de Turquía como miembro de la OTAN, y en privado vetó una investigación de la ONU. Por el contrario, se «presionó» a Netanyahu para que permitiera que dos «observadores internacionales», un juez canadiense y David Trimble, del Ulster, asistieran como observadores sin voto a la investigación interna a la que accedió el Gobierno israelí. El derecho internacional no es aplicable a Estados Unidos. Ahora todo el mundo sabe que tampoco es aplicable a Israel. Lo que parecía ser pura arrogancia por parte de los gobernantes israelíes muy bien podría haber sido un castigo selectivo de Turquía, que, junto a Brasil, había osado desafiar la presión estadounidense-israelí para aislar y sancionar a Irán y había empezado a mediar de forma independiente para desactivar el contencioso nuclear.
No obstante, por el momento, pese a las muertes de la flotilla, hay preocupaciones más urgentes que Palestina: las zonas de guerra más al este tienen prioridad en la atención imperial. Irak puede haber desaparecido de los titulares, pero no lo ha hecho de las reuniones diarias sobre seguridad en el despacho oval. En 2002, cuando era un oscuro senador en el
Estado de Illinois que iniciaba su ascenso político, Obama se opuso a la guerra de Irak; hacerlo no tenía ningún coste político. Cuando fue elegido presidente, las fuerzas estadounidenses llevaban seis años ocupando el país, y su primer acto fue mantener al secretario de Defensa de Bush, Robert Gates, funcionario de la CÍA durante largo tiempo y veterano del escándalo Irán-Contra, en el Pentágono. Difícilmente podría concebirse una señal más palmaria y demostrativa de continuidad política. En los dos últimos años de la Administración republicana, el número de soldados estadounidenses aumentó en un 20 por ciento, hasta alcanzar los 150.000 efectivos, una «escalada» que todo el espectro político valoró como decisiva para aplastar la resistencia iraquí y preparar el país para un futuro estable pro occidental e incluso democrático. Ea nueva Administración demócrata no se ha apartado un ápice de este guión. Según el Acuerdo sobre el Estatus de las Fuerzas firmado por Bush y sus colaboradores en Bagdad, para diciembre de 2011 todas las tropas estadounidenses deberían haber salido de Irak —aunque, obviamente, un acuerdo ulterior podría prolongar su presencia— y las fuerzas de «combate» estadounidenses habrían abandonado las ciudades y los pueblos iraquíes en junio de 2009. Antes de su elección, Obama hizo la promesa de que a los dieciséis meses de llegar a la presidencia, es decir, en mayo cíe 2010, habría retirado de Irak todas las tropas estadounidenses de «combate» —aunque añadió la cláusula de seguridad de que su compromiso podría ser «precisado» a la luz de los acontecimientos—. Esto ocurrió pronto, y en febrero de 2009 anunció que las fuerzas de combate saldrían en septiembre de 2010 y que los 50.000 soldados «residuales» podrían participar en operaciones de combate para «proteger nuestras operaciones militares y civiles»7.
La sangría y la devastación que han causado en Irak Estados Unidos y sus aliados, principalmente Gran Bretaña, son bien conocidos: la destrucción del patrimonio cultural del país, el brutal desmembramiento de su infraestructura social, el robo de sus recursos naturales, la desintegración de sus comunidades mixtas y, sobre todo, la muerte o el desplazamiento de incontables ciudadanos: más de un millón de muertos, tres millones de refugiados, cinco millones de huérfanos, según las cifras del Gobierno*. El comandante en jefe y sus generales no malgastan palabras en esto, pues tie-
7 Discurso de Obama en Camp Lejeune, Carolina del Norte, 27 de febrero de 2009-
8 Cultural Cleansing in Iraq: Why Museums Were Looted, Librarles Bur-ned and Academia Murdered, Raymond Baker, Shereen Ismael y Tareq Ismael (eds.). Londres, 2009, contiene datos y fuentes detallados, como el hecho de que entre 2003 y 2007 Washington sólo admitió a 463 refugiados, principalmente profesionales iraquíes de origen cristiano, en Estados Unidos. Véase una iluminadora historia del petróleo iraquí y el pillaje que está suponiendo su privatización en Ka.mil Mahdi, «Iraq's Oü Law: Parsing the Fine Print», World Policy Journal, verano de 2007-
nen preocupaciones más urgentes: ¿se puede considerar Irak un puesto de avanzada razonablemente seguro del sistema estadounidense en Oriente Próximo? Tienen razones para estar exultantes y razones para dudar. En comparación con la situación en el momento álgido de la insurgencia en 2006, la mayor parte del país está ahora bajo el control de Bagdad y se producen pocas bajas estadounidenses y a intervalos largos. Se ha entrenado y armado hasta los dientes a un ejército predominantemente chií —de unos 250.000 efectivos— para luchar contra un posible resurgir de la resistencia. La limpieza sectaria de la capital —a una escala que enorgullecería a la Haganah— ha eliminado a la mayoría de los barrios suníes, lo que por primera vez dio al régimen de Maliki establecido por Bush un firme control en el corazón del país. Al norte, los protectorados kurdos siguen siendo fieles bastiones del poder estadounidense. Al sur, las milicias de Moqtada al-Sadr han sido expulsadas. Y lo mejor de todo, los pozos de petróleo están volviendo a los que saben hacer buen uso de ellos y son adjudicados en subasta por veinticinco años a compañías extranjeras. Algunos excesos podrían deslucir la situación en Bagdad9, pero el nuevo Irak tiene la bendición de la beatífica sonrisa de Sistani.
9 Estos excesos se expusieron en un artículo publicado en The Economist el 3 de septiembre de 2009, «Could a Pólice State Return?»: «Los viejos hábitos de la era de Saddam Hussein vuelven a ser familiares. La tortura es habitual en los centros de detención del Gobierno... La policía iraquí y el
No obstante, persiste la inquietante idea de que la resistencia iraquí, que hasta ayer era capaz de infligir tales daños a la maquinaria militar estadounidense, podría estar esperando su oportunidad tras sufrir fuertes pérdidas y la defección de un importante segmento, y hacer estragos entre los colaboradores de Estados Unidos cuando éstos se retiren completamente10. En previsión de este peligro, Washington ha establecido hitos que son los equivalentes modernos —mucho más grandes y espantosos— de las fortalezas de los antiguos cruzados. La base militar de Balad, desde la que los bombarderos pueden llegar en poco tiempo a Bagdad, es una pequeña ciudad-estado estadounidense. Contiene un aeropuerto que, según se dice, es el que tiene más tráfico del mundo después de Heathrow, puede albergar a 30.000 soldados y personal auxiliar —en este caso, trabajadores personal de seguridad vuelve a arrancar uñas y a pegar palizas a los detenidos, incluso a aquellos que ya han confesado. Un antiguo preso cojo relata que, después de una sesión de tortura de cinco días en un centro del Gobierno, se dio cuenta de que había sido relativamente afortunado. Cuando volvió con los otros presos, vio que muchos habían perdido miembros y órganos. El aparato de seguridad interno vive sus días más ajetreados desde que Saddam fue derrocado hace seis años, especialmente en la capital. En julio, la policía de Bagdad volvió a imponer el toque de queda, lo que facilitó la detención de personas que no eran del agrado del Gobierno chií».
10 El general Petraeus anunció recientemente que los ataques a las fuerzas estadounidenses en Irak se habían reducido a «sólo» quince al día, según el Financial Times, 2 de enero de 2010. No es Maliki, sino Muntadhar al-Zaidi, el que tiró el zapato en Bagdad, quien representa los sentimientos de la mayoría de los iraquíes, con independencia de su origen étnico o religioso.
inmigrantes, principalmente del sur de Asia, que limpian las casas, cocinan y sirven en los bares de sandwiches Subway; tampoco faltan los traficantes de drogas, y prostitutas móviles de Europa del este satisfacen las demás necesidades de Balad—. Hay quince rutas de autobús que complementan al aeropuerto, pero las comunicaciones siguen siendo un problema para parte del personal11. Por todo el país hay repartidas otras trece bases militares, entre ellas Camp Renegade, cerca de Kirkuk, para proteger los pozos de petróleo; Ba-draj, en la frontera con Irán, para el espionaje de la República Islámica; y una base británica de la década de 1930 en Nasiriya, que ha sido ampliada para servir a las necesidades estadounidenses. En la propia ciudad de Bagdad, el procónsul de Estados Unidos tiene ia embajada más grande y más cara del mundo —es del tamaño de la Ciudad del Vaticano— en el enclave fortificado de la Zona Verde.
Después de apoderarse de Irak en la década de 1920 e instalar a la dinastía hachemí como instrumento local, los británicos se enfrentaron a una rebelión a gran escala que sólo lograron reprimir con ex-
11 «Mila, la masajista de Kirguizistán, tarda una hora en llegar al trabajo en autobús en esta enorme base estadounidense. Su salón de masajes es uno de los tres que hay en las 2.550 hectáreas de la base y se halla al lado de un bar-remolque Subway rodeado de muros de hormigón, arena y rocas», Marc Santora, «Big US Bases Are Part of Iraq, but a World Apart», New York Times, 8 de septiembre de 2009.
tremada crueldad. Durante los doce años siguientes, Londres gobernó el país como una dependencia imperial antes de renunciar finalmente a su «mandato» —concedido por la Liga de Naciones— en 1932. Pero el régimen clientelar que dejó detrás duró otro cuarto de siglo, hasta que fue derrocado por la revolución de 1958. La invasión estadounidense de Irak provocó una insurgencia a gran escala incluso con más rapidez, y más duradera, contra una ocupación que esta vez contaba con el mandato de las Naciones Unidas. El imperio estadounidense también dejará detrás un régimen títere para mantener al país subyugado en un futuro previsible. En esa empresa, Ram-say MacDonald —el atractivo y esbelto político al que nunca faltaron palabras honorables— podía tener pocos sucesores más dignos que Barack Obama, Pero la historia se ha acelerado desde aquellos días y al menos existe la posibilidad de que Maliki y sus torturadores encuentren el destino de Nuri al-Said más rápidamente, en otra rebelión nacional que acabe con las bases militares extranjeras, las embajadas sobredi-mensionadas, las compañías petroleras y sus colaboradores locales.
Esto no ocurrirá de la noche a la mañana, pero no se debería subestimar la popularidad que ha recibido el hombre que arrojó el zapato a Bush por restaurar una apariencia de orgullo nacional. Las elecciones iraquíes de 2010 enfrentaron al primer ministro Nouri
al-Maliki contra Ayad Allawi, ex primer ministro y agente de ía CÍA, acusado de ejecutar personalmente a presos políticos poco después de la ocupación del país. El bloque de Allawi —respaldado por algunos grupos suníes y los saudíes— se perfiló como el grupo parlamentario más numeroso. Según algunas fuentes, la embajada estadounidense no estaba descontenta con el resultado.
Maliki, colaborador de los ocupantes desde el comienzo, no quedó muy por detrás, pero su fracaso, a pesar de la manipulación descarada y de meter a las fuerzas de seguridad en los colegios electorales, se vio en la región como una hiriente derrota12. Después se marchó a Teherán para buscar refugio bajo el paraguas iraní. Inmediatamente comenzaron las maniobras para construir una alianza de grupos chiíes, que contaban con una cómoda mayoría. Moqtada al-Sadr accedió a entrar en ésta, pero sólo si Maliki volvía como primer ministro. Cuatro meses después de las elecciones Irak seguía esperando un nuevo gobierno títere con unos hilos movidos por Washington y otros por Irán.
Para las élites estadounidenses, Irán constituye un enigma desde hace mucho: una «república islámica» que públicamente aviva el fuego contra el Gran Sa-
12 Oliver August, «Election Monitors' Report lacreases Doubts over Fairness of Iraqi Election», TimesOnLine, 15 de marzo de 2010.
tan, mientras que soterradamente les ayuda donde más lo necesitan, sea en la confabulación con los contrarrevolucionarios en Nicaragua, la invasión de Afganistán o la ocupación de Irak. Los gobernantes de Israel, que en esto no han salido beneficiados, tienen una visión más pesimista de la retórica de los muías, que va dirigida con más ferocidad contra ellos y el Pequeño Satán de Londres que contra sus patronos de Washington. Sobre todo, desde que empezó a vislumbrarse en el horizonte la perspectiva de un programa nuclear iraní que termine con el monopolio israelí de armas de destrucción masiva en Oriente Próximo, Tel Aviv movilizó a sus apoyos en Estados Unidos en una campaña para asegurarse de que Washington haría lo que fuera necesario para frustrar el programa. No es que tuvieran que vencer mucha resistencia, dado hasta qué punto los políticos de Washington han internalizado los objetivos ísraelíes como su segunda naturaleza. Al rechazar la propuesta del régimen de Jatami de un arreglo general para toda la región en 2003, la Administración republicana intentó obligar a Irán a respetar el monopolio israelí respondiendo a las andanadas retóricas de Teherán con sus propias andanadas y reforzando sus sanciones económicas a Irán.
Sin decirlo demasiado explícitamente, Obama llegó al poder dando a entender que en su opinión ésa no era la forma adecuada de abordar los problemas.
Sería mucho mejor iniciar un diálogo de perdón y olvido con Teherán, explotando el tradicional pragmatismo del régimen y las manifiestas simpatías hacia Estados Unidos de la clase media y la juventud para llegar a un acuerdo diplomático amistoso en interés de todas las partes, privando a Irán de poder nuclear a cambio de un espaldarazo económico y político. Pero el momento no era propicio y el cálculo se vio frustrado por la polarización política en Irán. Las luchas faccionales en el clero escalaron en las elecciones presidenciales de junio de 2009, cuando el intento de su ala más abiertamente pro occidental de tomar el poder apoyándose en una oleada de protestas (principalmente) de la clase media fue reprimida por un contragolpe de fraude electoral y violencia de las milicias. La oportunidad de adoptar una pose ideológica era demasiado grande y Obama no pudo resistir la tentación. En una incomparable exhibición de santurronería, lamentó apesadumbrado la muerte de una manifestante en Teherán el mismo día que sus dro-nes13 acababan con la vida de sesenta personas, la mayoría mujeres y niños, en una aldea de Pakistán. Mientras los medios occidentales repetían a coro la protesta del presidente, el candidato perdedor —históricamente uno de los peores carniceros del régimen, responsable de ejecuciones en masa en la década de 1980— se convertía en otro icono del mundo libre. Los planes para una gran reconciliación entre los dos Estados tuvieron que dejarse de lado.
Tras este percance, la Administración demócrata ha vuelto a la línea de su predecesor, intentando atraer a Rusia y a China —la aquiescencia europea se puede dar por supuesta— a un bloqueo económico de Irán, con la esperanza de estrangular al país y que el Líder Supremo sea derrocado o se vea obligado a ceder. Si esa presión fracasara, la última carta es la amenaza de un ataque aéreo israelí o estadounidense a las instalaciones nucleares iraníes. Si bien es improbable, no hay que descartar completamente un ataque relámpago, aunque sólo sea porque Occidente en su conjunto —en este caso, no sólo Obama, sino también Sarkozy, Merkel y, en su momento, Brown— ha declarado que es intolerable que Irán disponga de capacidad nuclear, lo que deja poco espacio para una retirada retórica si se alcanza esa capacidad14.
En el pasado, el temor a las represalias iraníes contra las inseguras posiciones estadounidenses en Irak probablemente habría bastado para disuadir de un ataque así. Pero la influencia de Teherán en Bagdad no es lo que era. Si hubo un momento en que conta-
14 En Illinois, en 2004, vi en la televisión una entrevista de Obama durante la campaña a las elecciones al Senado. Cuando se le preguntó si apoyaría a Bush si éste decidiera bombardear Irán, el futuro presidente no dudó por un momento. Puso un gesto belicoso y dijo que sí.
ba con que Irak no tardaría en convertirse en una república islámica hermana, ya no puede estar seguro de que las relaciones entre los dos países vayan a ser mejores que con los distintos Estados suníes de la región. El régimen de Maliki sabía quién le daba de comer —Irán nunca podría competir con los dólares y las armas de Estados Unidos— y la pretensión de Sis-tani de preeminencia sobre diversos clérigos al otro lado de la frontera es antigua, pero su revés electoral ha reforzado la autoridad de Teherán. Una de las escenas más cómicas después de las últimas elecciones en Irak fue ver a un portavoz de la embajada estadounidense declarar a la prensa en la fortificada Zona Verde que los iraníes no debían inmiscuirse en la soberanía iraquí. Todavía está por ver si las milicias de Moqtada al-Sadr pasarán a la acción si no se llega a un acuerdo con el gobierno.
No obstante, hasta el momento el Pentágono se opone a cualquier aventura que pudiera obligarle a extender sus fuerzas en un escenario bélico que llegara desde el río Litani hasta el Amu Darya, si los Guardias Revolucionarios fomentaran operaciones en el Líbano o en el oeste de Afganistán. Tampoco hay que desestimar la amenaza iraní de tomar represalias contra ciudades israelíes con misiles convencionales. Y Washington también ha de tener en cuenta a otros aliados. Israel y su lobby puede que sean los más activos en la actual agitación contra Irán, pero no son los únicos.
La monarquía saudí, una dictadura confesional sui géneris, teme que una alianza Teherán-Bagdad pudiera desestabilizar la península: los chiíes constituyen una numerosa mayoría en Bahrein y en la región productora de petróleo del propio Estado saudí. Pero los saudíes también son conscientes de que un ataque directo a Teherán podría representar incluso una amenaza mayor para su Gobierno, pues provocaría rebeliones chiíes que quizá acabaran con ellos. Para Riyadh, es preferible otra vía que Washington está examinando: insertar a Turquía en la ecuación regional como un destacamento suní-OTAN del imperio, lo que reforzaría los efectos de los petrodólares saudíes ofrecidos a Siria para romper con irán. Así se crearía un contrapeso para un posible eje Teherán-Bagdad en el futuro y se aislaría a Hezbollah de Damasco, debilitándolo para otro asalto de las Fuerzas de Defensa de Israel. Pero Turquía, dolida por el rechazo de la UE y la falta de apoyo estadounidense durante la crisis de la flotilla con Israel, ha estado ejercitando sus músculos y se ha negado a alinearse contra Teherán.
Normalmente, la discusión sobre la cuestión nuclear deja de lado la realidad de la región. Ahmadine-jad recogió una cosecha de descontento no sólo de los corruptos y brutales días de la presidencia de Raísan-jani, sino también de su pusilánime sucesor. Bajo el reformador Jatami, la situación económica no dejó de empeorar incluso cuando subían los precios del
petróleo, y sus ingenuas propuestas en política exterior no hicieron más que inspirar a Bush la retórica del Eje del Mal, de la misma manera que los intentos similares de Gorbachov inspiraron el Imperio del Mal de Reagan. Dispuesto a defender los derechos de los inversores extranjeros, pero rara vez los de los periódicos independientes o los manifestantes estudiantiles, propenso a diálogos vacuos con el Papa sobre los valores espirituales, pero incapaz de proteger con firmeza los derechos civiles, Jatami maniobró infructuosamente entre presiones contradictorias hasta que agotó su crédito moral. La base de Ahmadinejad en las clases populares le otorga una mayor sensibilidad social en la nueva presidencia, pero no hay garantía de que los resultados prácticos vayan a ser mejores. Los millones de desempleados jóvenes de la clase trabajadora, que además padecen un grave problema de falta de viviendas, necesitan desesperadamente una política coherente de desarrollo nacional. Pero el voluntarismo islámico no es una alternativa estable al neoliberalismo al acecho y la tentación de recurrir a la represión cultural y política para compensar la frustración económica suele ser irresistible.
En el opaco y complejo sistema político de Irán la presidencia está rodeada de centros que compiten por el poder, casi todos ellos dirigidos por figuras más conservadoras que el actual presidente. El líder supremo Jamenei no quiere ser eclipsado por un joven agitador. El nexo m\úás-l?azaari que apoya a Rafsanjani ya ha desbaratado los esfuerzos de Ahma-dinejad por limpiar el Ministerio del Petróleo y continúa atrincherado en el Consejo de Conveniencia. La clase media pro occidental, que se identificó con Jatami, después de lamer sus heridas ha estado tratando de volver a la escena política. Todos están listos para saltar al menor paso en falso o señal de inexperiencia, que no faltarán. El trasfondo social de tales disputas sigue siendo tenso. El sesgado modelo de desarrollo heredado del sah, castigado por casi una década de guerra y después sometido al boom inflacionario de Rafsanjani y las privatizaciones de Jatami, ha propiciado la aparición de un vasto mercado negro, una tasa de paro no oficial del 25 por ciento y una crisis agrícola incipiente. Los estudiantes no tienen ninguna simpatía al régimen, las protestas de los trabajadores son constantes y el suroeste árabe, el norte kurdo y azerí y el sureste baluchi están a punto de estallar, mientras, como ahora sabemos, las agencias de inteligencia estadounidenses alientan el descontento en esas zonas para debilitar a Teherán. Hay suficiente material en esta confusión para todo tipo de intrigas internas e imperiales con objeto de derrocar al incómodo vencedor de una consulta popular. Entre tanto, los iraníes (incluido el director de cine más conocido del país) que una vez soñaron con la «liberación» gracias a una intervención estadounidense han tomado nota de la pesadilla iraquí y abandonado esa opción.
Pero, por el momento, es el papel exterior de Irán lo que constituye el centro de atención. Aquí también este errático Estado clerical ha dejado un escenario de confusión. Desde el final de la guerra Irán-Irak, su política exterior ha sido poco más que una mezcolanza de oportunismo incoherente que combinaba una diplomacia cautelosa, típicamente colaboracionista, con fáciles gestos de solidaridad con los chiíes de otros países, principalmente Hezbollah en el sur del Líbano, y migajas a los palestinos. Teherán mantuvo un prudente silencio durante la Guerra del Golfo en 1991, sin una sola queja cuando las tropas estadounidenses fueron estacionadas en los Santos Lugares. Indicó a sus protegidos en la Alianza del Norte que prepararan el terreno para la invasión estadounidense de Afganistán. Colaboró con la CÍA en los preparativos para la ocupación de Irak y dio instrucciones al Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak y a sus otros agentes políticos para que apoyaran a Estados Unidos en Bagdad. A cambio de estos favores al Gran Satán, ¿qué ha recibido? Los ejércitos estadounidenses se hallan estacionados en sus fronteras oriental y occidental y Estados Unidos amenaza con destruir sus reactores.
Las elecciones, en parte amañadas, de 2010 y la represión posterior debilitaron la posición de Ahmadinejad en el país, pero sin afectar seriamente su base de apoyo en los sectores sociales pobres y de renta baja. Y lo que es más importante, cuando se vio obligado a elegir entre el presidente en funciones y el hombre de Rafsanjani, el Líder Supremo, el ayatolá Jamenei, optó decididamente por Ahmadinejad. Las esperanzas de que la movilización de masas en Teherán derrocara al Gobierno (si no al régimen de los ayatolás) no se cumplieron. Entre tanto, el nexo Estados Unidos/Unión Europea/Israel continuaba creando apoyos para Ahmadinejad con las sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad, aunque un tanto suavizadas por la necesidad de contar también con China y Rusia.
Incluso para lo que hoy nos tiene acostumbrados la «comunidad internacional», la campaña occidental para obligar a Irán a abandonar la investigación nuclear, una opción a la que Irán tiene derecho de acuerdo con el Tratado de No Proliferación, es pasmosa. El país está rodeado de Estados nucleares —India, Pakistán, China, Rusia, Israel— y los submarinos atómicos estadounidenses patrullan su costa meridional. Históricamente tiene razones para temer amenazas exteriores. Aunque era neutral, fue ocupado por las fuerzas británicas y soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial. Su Gobierno electo fue derrocado por un golpe anglo-estadounidense en 1953, que acabó con la oposición secular. De 1980 a 1988 las po-
tencias occidentales apoyaron el ataque de Saddam Hussein, en el que murieron cientos de miles de iraníes. En las últimas fases de la guerra, Estados Unidos destruyó casi la mitad de la armada iraní en el golfo y, por si eso no bastara, derribó un avión lleno de pasajeros civiles.
Actualmente Irán ha hecho poco más que dar los primeros pasos hacia la tecnología necesaria para la autodefensa nuclear. Sin embargo, Bush, Blair, Chirac y Olmert, cuyos Estados están armados con cientos —en el caso de Estados Unidos, con miles— de armas nucleares, los presentaron como un casus belli. Gimotear y acogerse a la letra pequeña de los protocolos de Viena, por justificada que esté, ha sido una maniobra fútil de la diplomacia iraní. El país haría mejor en escoger el momento adecuado y simplemente retirarse del Tratado de No Proliferación. De todos los emperadores anacrónicos del mundo, ese tratado es el que está más desnudo. No hay un ápice de justificación para el oligopolio de las actuales potencias nucleares, que es tan hipócrita que ni siquiera se atreve a pronunciar su nombre —Israel, con doscientas bombas nucleares, nunca es mencionado—. No habrá desarme nuclear mientras no se rompa.
Afrontar a los enemigos alineados contra Irán exige una coherencia y una disciplina de las que por el momento no hay signos. Con sus doctrinas y formas de actuar de cara al exterior, los clérigos iraníes han desempeñado un papel profundamente dívísivo manteniendo a los partidos chiíes y a Sistani, la barbuda reina de Teherán en el tablero iraquí, enfrentados a las fuerzas de resistencia. Una alianza desconfesiona-lizada de fuerzas desde Teherán hasta Damasco, pasando por Basora y Bagdad, reduciría los conflictos comunales y reforzaría la posición de Irán. No hay mucho en la historia reciente de Irán que sugiera que las instituciones gobernantes sean capaces de enfrentarse a la arrogancia imperial más que con una incompetencia infinita. No obstante, las circunstancias pueden estar obligándolas a tornar decisiones que hasta ahora han intentado evitar. No será fácil presentar la rendición a las amenazas occidentales como digna prudencia nacional. No costará mucho trabajo volver a las multitudes y las milicias chiíes contra la ocupación occidental al otro lado de la frontera. Teherán controla hoy rehenes más importantes que una embajada. Si no se amilana, es improbable que el Pentágono o sus adláteres se arriesgaran a atacarle.
Son Israel y sus agentes estadounidenses los que están presionando para llevar a cabo un ataque a Irán. El Pentágono, consciente de los riesgos, se ha opuesto a semejantes sugerencias, y al almirante Mullen le han apartado por decirlo en público. Rusia y China apoyaron las sanciones rebajadas en el Consejo de Seguridad para evitar toda posibilidad de un ataque militar. Si Obama cediera y ordenara o aprobara un ata-
que aéreo sobre Teherán, estaría firmando su sentencia de muerte política y actuando contra lo que los conservadores serios y racionales consideran los verdaderos intereses estadounidenses en la reglón. Las consecuencias serían terribles en el propio país y en el exterior.
Desde Palestina hasta Irán, pasando por Irak, Obama ha actuado como otro guardián del imperio estadounidense, persiguiendo los mismos objetivos que sus predecesores con los mismos medios pero con una retórica más conciliadora. En Afganistán ha ido más lejos y ha ampliado el frente de agresión imperial con una gran escalada de violencia, tanto tecnológica como territorial. Cuando llegó al poder, Afganistán ya llevaba ocupado por Estados Unidos y las fuerzas satélites más de siete años. Durante su campaña electoral Obama —decidido a superar a Bush si se trataba de una «guerra justa»— se comprometió a enviar más tropas y potencia de fuego para aplastar a la resistencia afgana, y más intrusiones por tierra y ataques de drones en Pakistán para acabar con su apoyo al otro lado de la frontera. Esta promesa sí la ha mantenido. Se han enviado al Hindú Kush otros 30.000 soldados. Con ellos, el ejército de ocupación estadouni-- dense se aproxima a los 100.000 efectivos bajo un general escogido por Obama por el éxito de sus brutalidades en Irak, donde sus unidades formaroji_a una
élite especializada en el asesinato y la tortura. Al mismo tiempo, se está produciendo una intensificación masiva del terror aéreo sobre Pakistán. Como informaba el New York Times, que delicadamente decía que se trataba de un dato «al que la Casa Blanca no ha dado publicidad»: «Desde que Obama llegó al cargo, la Agencia Central de Inteligencia ha llevado a cabo rnás ataques de drones Predator en Pakistán que durante los ocho años de Bush en la presidencia»15. En marzo de 2009 fueron justificados por Harold Koh, ex decano de la Escuela de Derecho de Yale y ex director del Centro para Derechos Humanos Orville H. Schelí Jr., y en la actualidad vinculado al Departamento de Estado como jurista. Los ataques de aviones no tripulados supuestamente dirigidos contra terroristas eran legales, sostenía, porque eran necesarios para defender la seguridad nacional estadounidense. La mayoría de los muertos han sido civiles: hombres, mujeres y niños. En enero de 2010 la casa y la familia de un periodista de Peshawar fueron destruidos en uno de esos ataques. La mayoría de los periódicos y cadenas de televisión liberales omitieron la noticia por temor a fomentar el «antiamericanismo», que ya es extremadamente intenso en el país. El obsceno discurso de Koh defendiendo la legalidad de los ataques
15 David Sanger, «Obama Outlincs a Vision of Might and Right», New York Times, 11 de diciembre de 2009.
con drones fue pronunciado ante la Sociedad Estadounidense para el Derecho Internacional en marzo de 2010, donde recibió un caluroso aplauso16.
Esta escalada no tiene nada de misterioso. Después de invadir Afganistán en 2001, Estados Unidos y sus adláteres europeos impusieron un Gobierno títere —dirigido por un colaborador de la CÍA y secundado por un grupo de señores de la guerra tayikos— que formaron a su gusto en una conferencia en Bonn, con la asistencia de diversas ONG como pajes en una corte medieval. Este invento espurio nunca tuvo la mínima legitimidad en el país, pues carecía hasta de la reducida pero militante base que los talibanes habían tenido. Una vez instalado en Kabul, concentró sus energías en enriquecerse. Se desvió la ayuda, la corrupción se generalizó, se dio vía libre al comercio de narcóticos, que habían sido prohibidos por los talibanes. Karzai y compañía amasaron una enorme fortuna: el 75 por ciento de los fondos de los países donan-
16 Chase Madar, «How Liberal Law Professors Kill», Counterpunch, 14-16 de mayo de 2010. Madar señalaba: «Desde su trono en la Escuela de Derecho de Yale, Koh lanzaba invectivas contra el uso ilegal de la tortura, contra la invasión ilegal de Irak, contra las detenciones ilegales en Guanta-ñamo. (Sostenía que Estados Unidos se arriesgaba a ocupar un lugar permanente en eí "eje de la desobediencia" con su desprecio crónico del derecho internacional.) Si hubiera sido W. el que hubiera intensificado los ataques de drones en Asia Central, cabe imaginar que Koh habría condenado esta práctica como otra violación de ese mismo derecho internacional».
tes se entregaba directamente a los amigos de Karzai, la Alianza del Norte o los subcontratistas privados que utilizaban. La construcción de un nuevo hotel de cinco estrellas y una galería comercial se convirtieron en prioridades en uno de los países más pobres del mundo, mientras que la tortura y el asesinato campan por sus fueros a poca distancia: Bagram se ha convertido en una cámara de los horrores que hace que Guantánamo parezca civilizado. La producción de opio alcanzó un récord —un 90 por ciento mayor que la de 2001, cuando todavía se limitaba a las zonas controladas por la Alianza del Norte— y se extendió hacia el sur y el oeste al amparo del clan Karzai. A la inmensa mayoría de los afganos pobres el nuevo orden impuesto por el exterior prácticamente lo único que les ha proporcionado es un riesgo mayor para sus vidas, pues los talibanes reorganizados resisten a la ocupación, y las bombas de la OTAN caen tan indiscriminadamente en las aldeas que incluso Karzai se ha visto obligado a protestar varias veces17.
Para junio de 2009 las guerrillas afganas controlaban grandes zonas del país y se habían infiltrado en las unidades del ejército y la policía. Adoptando las tácticas iraquíes y colocando artefactos explosivos improvisados en las carreteras y bombas suicidas en
las ciudades, estaban infligiendo golpes cada vez mayores a la ocupación occidental y sus colaboradores. Matthew Hoh, un ex capitán de marines que sirvió como oficial político en Irak y en Afganistán, y dimitió en septiembre de 2009, escribió en una carta:
La insurgencia pastún, que se compone de múltiples grupos locales, en apariencia infinitos, está alimentada por lo que los pastunes perciben como un ataque constante, que se remonta a varios siglos, a la tierra, la cultura, las tradiciones y la religión pastunes por enemigos internos y externos... Tanto en el este como en el sur, he observado que la mayor parte de la insurgencia no lucha por la bandera blanca de los talibanes, sino contra la presencia de soldados extranjeros y tributos impuestos por un Gobierno no representativo en Kabul... Si he de ser honesto, nuestra estrategia declarada de asegurar Afganistán para impedir la reaparición o el reagrupamiento de al-Qaeda nos exigiría invadir y ocupar el oeste de Pakistán, Somalia, Sudán, Yemen, etc.18.
Entre tanto, dentro del campo imperial, la confusión iba en aumento. Los diplomáticos y militares estadounidenses se contradecían públicamente sobre si la más reciente, el 27 de diciembre de 2009, cuando en una operación encubierta un comando estadounidense mataba a diez civiles el mismo día que las milicias de Ahmadinejad mataban a cinco manifestantes en Teherán.
18 Ralph Nader, «Hoh's Afghanistan Warning», Counterpunch, 4 de noviembre de 2009.
Convenía mantener o rechazar la farsa de elecciones democráticas organizada por Karzai. Después de las vehementes denuncias de fraude del más alto funcionario del Departamento de Estado en Washington y de una segunda vuelta electoral pro forma, Obama—en un alarde de doble moral— consumó la farsa felicitando a Karzai por una victoria incluso más amañada que la de Ahmadinejad dos meses antes, sobre la que el presidente estadounidense no había ahorrado palabras de censura. A diferencia del régimen de Teherán, que conserva una base social nacional, aunque ésta haya disminuido, lo que pasa por Gobierno en Kabul es un implante occidental que se desintegraría de la noche a la mañana sin los preteríanos de la OTAN que lo protegen.
Consciente de que en algún momento no muy lejano Washington podría decidir reducir sus pérdidas—pese a los grandes yacimientos de litio descubiertos por los geólogos estadounidenses que están excavando el país— y llegar a un acuerdo con los insurgentes, Karzai y su hermano comenzaron sus propias negociaciones con los talibanes, después de lo cual sugirieron a Estados Unidos que retirase a sus líderes, incluido el muía Ornar, de la lista de los más buscados y íes permitiera viajar libremente como ciudadanos normales por el país. El general Eikenberry, el procónsul en Kabul, no lo descartó, pero insistió en que sólo sería posible individualmente. Que las cosas hayan llegado tan lejos es un signo de la precariedad de la situación. Otro indicio es que los siempre leales británicos cada vez hacen más alusiones a que las cosas no pueden seguir así. Un alto jefe de la inteligencia británica ridiculizó públicamente la posición del Gobierno británico elaborada por el ex primer ministro Gordon Brown: que las tropas británicas estaban en Afganistán para evitar ataques terroristas en Gran Bretaña. Los observadores más serios saben perfectamente que fue la participación de Blair y de Brown en dos guerras asesinas lo que hizo al país vulnerable a ataques desde dentro. En toda Europa, incluso en países como Polonia, una gran mayoría de ciudadanos se opone a la presencia de sus tropas en Afganistán. El memorándum confidencial de relaciones públicas de la CÍA para ganarse a la opinión pública europea es un juego de niños que ya se ha intentado y que suscita más interrogantes respecto a la ocupación y sus fracasos:
Las mujeres afganas podrían ser las mensajeras ideales para humanizar el papel de la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad) en el combate contra los talibanes, por la capacidad de las mujeres para hablar de forma personal y creíble sobre sus experiencias bajo los talibanes, sus aspiraciones para el futuro y su temor a una victoria talibán. A fin de vencer el escepticismo imperante entre muchas mujeres de Europa occidental sobre la misión internacional, podrían resultar útiles iniciativas de grupos cívicos que crearan oportunidades en los medios para que las mujeres afganas compartieran sus historias con las mujeres francesas, alemanas y otras europeas.
Según un sondeo del Instituto Nacional de Radiodifusión francés realizado en el otoño de 2009, entre las mujeres francesas el apoyo a la misión es un 8 por ciento menor que entre los hombres, mientras que entre las alemanas la diferencia alcanza el 22 por ciento.
Con toda probabilidad, los testimonios de mujeres afganas en los medios de comunicación serían más efectivos si se transmitieran en programas con una audiencia fundamentalmente femenina
Desesperado por anunciar la victoria en una auto-designada «guerra justa», Obama se ha embarcado en la clásica huida hacia adelante de enviar una fuerza expedicionaria todavía más numerosa y extender la guerra a un país vecino en el que se sospecha que el enemigo encuentra ayuda. Desde el principio de su mandato, anunció que a partir de ese momento Pakistán y Afganistán serían tratados como una zona de guerra integrada, «Afpak», y han estado llegando emi-
19 «CÍA Red Cell: A Red Ccll Special Memorándum/ConBdential/No Foreign Nationals» fue hecho público por WikiLeaks el 26 de marzo de 2010.
sarios a Islamabad a fin de preparar al Estado pakistaní para las tareas represivas que iba a tener que desempeñar20.
Lo que Obama no entendía es que había razones sólidas para que Bush no hubiera derrotado a la in-surgencia afgana. Esto no tenía nada que ver con su «obsesión» con Irak, sino que era consecuencia de una historia y una geografía que los estrategas imperiales ignoraban voluntariamente.
La frontera de 2.460 kilómetros entre Afganistán y lo que ahora es Pakistán ha sido porosa desde que el Imperio Británico trazó la Línea Durand en 1893. Dieciséis millones de pastunes viven en el sur de Afganistán, veintiocho en la provincia fronteriza no-roccidental de Pakistán. Es imposible vigilar esa frontera, y los movimientos por ella son difíciles de detectar, puesto que a ambos lados viven tribus que hablan el mismo dialecto y que con frecuencia tienen lazos familiares. No es un secreto que los insurgentes afganos buscan y reciben refugio en esa zona. Para que la
20 Se enviaron unidades de mercenarios para acelerar el proceso, ínter-Risk, la subsidiaria pakistaní de DynCorp, una empresa privada de defensa estadounidense, fue asaltada recientemente por la policía local, que se incautó de «armamento avanzado e ilegal». El jefe de la compañía, el capitán retirado Ali Jaffar Zaidi, informó a la prensa de que personal estadounidense en Islamabad había ordenado la importación de armas prohibidas «en nombre de Inter-Risk», prometiendo que el pago se haría a través de la embajada estadounidense. Véase Anwar Abbasi, «Why the US Security Company Was Raided», The News, 20 de septiembre de 2009.
OTAN o el ejército pakistaní detuvieran este flujo serían necesarios al menos un cuarto de millón de soldados y campañas de aniquilación como las de Chiang Kai-shek en la década de 1930. Con Musha-rraf—y la amenaza de los matones del Pentágono de bombardear el país hasta devolverlo a la Edad de Piedra si no obedecía—, el ejército pakistaní fue transformado de protector en enemigo de los talibanes, pero nunca un enemigo sincero, puesto que era muy consciente de que se le estaba obligando a ceder su influencia sobre Kabul a la India, que se apresuró a tomar a Karzai bajo su protección. Musharraf se esforzó por complacer a Estados Unidos permitiendo que las fuerzas especiales y los drones estadounidenses entraran en el país y entregando a los agentes de al-Qaeda siempre que podía. Pero no logró satisfacer completamente a Washington, y además se ganó el desprecio de la mayoría de los pakistaníes por someterse a Estados Unidos.
Cuando Obama llegó al poder, dos acontecimientos habían modificado la escena. Espoleado constantemente por el Pentágono, entre 2004 y 2006 Musharraf envió al ejército pakistaní nueve veces a las Áreas Tribales bajo Administración Federal (FATA), los siete sectores montañosos que quedan fuera de la jurisdicción de la provincia fronteriza noroccidental, donde la autoridad gubernamental central siempre ha sido vestigial, para acabar con la infiltración taíi-
bán. Lo que se consiguió fue despertar entre los habitantes de la región la solidaridad con la resistencia afgana y un deseo cada vez más extendido de emularla. En diciembre de 2007 formaron Tehrik-i-Taliban Pakistán (TTP), una guerrilla brutal que se propone librar la guerra contra el propio Islamabad. (Contrariamente a los supuestos occidentales, este grupo no es una rama de los neotalibanes afganos, como demuestra la fuerte crítica que le dirigió el muía Ornar. Es revelador que Ornar insistiera en que era un error luchar contra el ejército pakistaní, cuando el enemigo real eran Estados Unidos y la OTAN.)
En 2008 Musharraf se vio obligado a abandonar la presidencia y huyó a La Meca para evitar ser impugnado; más tarde se trasladó a Londres, donde, al poco tiempo, los británicos le retiraron la escolta. Fue sustituido como presidente por el infame viudo de Benazir Bhutto, Asif Zardari, un desacreditado sinvergüenza que se ofreció como el hombre de paja ideal de Estados Unidos. La embajadora estadounidense, Anne Patterson (que acababa de cumplir su misión de armar a Uribe en Colombia), pronto estaba elogiando su buena voluntad para cooperar. La operación no tardó en dar frutos. En abril de 2009 Zardari ordenó al ejército que ocupara la región de Swat, en la provincia fronteriza noroccidental, que la guerrilla TTP había tomado dos meses antes. Un asalto militar en toda regla obligó a la guerrilla a replegarse en las montañas y provocó dos millones de refugiados. Animado por su éxito humanitario, Oba-ma presionó a Zardari para que enviara al ejército a las FATA propiamente dichas, en octubre, para expulsar a los combatientes talibanes —ya no importaba demasiado si afganos o pakistaníes— de Waziris-tán del Sur y Bajaur. Cientos de miles de personas fueron desplazadas, mientras los bombarderos estadounidenses atronaban el cielo en todas direcciones21. En noviembre el ejército pakistaní anunció: «La ofensiva ha terminado». Las guerrillas habían desaparecido.
Está por ver hasta dónde se puede llevar una limpieza étnica de este tipo en el interior del país y qué consecuencias va a tener. Lo que está claro es que, al obligar al ejército pakistaní a dirigir sus armas contra sus propias tribus, con las que mantenía una buena relación, Obama está desestabilizando otra sociedad en interés del imperio estadounidense. En las grandes ciudades pakistaníes ahora explotan bombas suicidas cada semana, en vanos actos de venganza por la represión en la frontera. Zardari y su séquito se tambalean, pues la inmunidad contra las acusaciones de corrupción que les concedió Musharraf ha sido anulada por
21 En cuanto al número estimado de refugiados en Swat y las FATA, véase Mark Schneider, «FATA 101: When the Shooting Stops», Foreign Po-licy, 4 de noviembre de 2009. Schneider es vicepresidente de! impecable International Crisis Group.
el Tribunal Supremo de Pakistán, pero se mantiene en el poder con el apoyo estadounidense22. Si se le retirase, caería en unos días, pero —como en el caso de Karzai, al norte— Washington es renuente a perder un esbirro útil. No obstante, si Zardari cayera por sí solo, no hay duda de que el Gobierno estadounidense buscaría un sustituto entre los altos mandos del ejército, como siempre ha hecho en el pasado. El ejército pakistaní nunca ha producido jóvenes oficiales patriotas como los que a veces han surgido en Latinoamérica o en el mundo árabe, capaces de eliminar al alto mando, expulsar a los organismos extranjeros e instituir reformas. Su subordinación a Estados Unidos es estructural, sin haber llegado a ser total nunca. Al depender de cuantiosas inyecciones de dinero y equipo estadounidenses, no puede permitirse desafiar a Washington de manera abierta, incluso cuando se le obliga a actuar contra sus propios intereses; pero> mientras persista la confrontación con la India, intenta mantener callada-
22 Para hacer legal el trato, diseñado por Estados Unidos, que permitió a Zardari y a su difunta esposa regresar ai país durante el mandato de Musharraf, se elaboró a toda prisa una «Ordenanza de Reconciliación Nacional» que perdonaba a los políticos acusados de distintos delitos. En noviembre de 2009, la Asamblea Nacional de Pakistán se negó a votar en favor de renovar la ordenanza. El rehabilitado presidente del Tribunal Supremo hizo el resto. El 16 de diciembre, en una fresca tarde de invierno en Islamabad, el Tribunal Supremo de Pakistán —dieciséis jueces y el presidente— declararon la ordenanza nula y sin valor. Pocos dudan de que el interregno de Zardari está tocando a su fin. Este dron estadounidense ya puede volver a su base en Dubaí o Manhattan.
mente un margen de autonomía. A petición de Estados Unidos, hostiga a sus propios ciudadanos, pero no hasta el punto de provocar una conflagración irreparable en las zonas tribales o de extirpar por completo la resistencia al otro lado de la frontera.
Así que, después de la reciente expansión, ¿cuáles son las perspectivas de la «guerra justa» de Obama? Si se compara la ocupación soviética con la estadounidense, saltan a la vista dos grandes diferencias. El régimen creado por Estados Unidos es mucho más débil que el protegido por la URSS. Pese a los abusos, éste contaba con una verdadera base local: el Partido Democrático Popular de Afganistán nunca fue sólo un injerto extraño: creó un ejército y una Administración capaces de sobrevivir a la marcha de las tropas soviéticas. El Gobierno de Najibullah sólo sería derrocado finalmente gracias a la masiva ayuda exterior de Estados Unidos, Arabia Saudí y Pakistán. Pero en esa ayuda hay un segundo contraste decisivo. A diferencia de los combatientes que entraron en Kabul en 1992, financiados y armados hasta los dientes por potencias extranjeras, la resistencia afgana de hoy está prácticamente aislada: no sólo es anatema de Washington, sino también de Moscú, Pekín, Dushambe, Tashkent, Teherán, y como mucho puede contar con la esporádica y furtiva tolerancia de Islamabad.
La entrevista kamíkaze del general Stanley Mc-Chrystal, publicada en Rolling Stone en junio de
2010, en la que expresaba imprudentes críticas a los líderes de su país, tuvo el efecto deseado. Se le retiró el mando de las tropas en Afganistán y fue sustituido por su jefe, el general David Petraeus. Pero tras este efímero drama en Washington había una guerra cuya marcha era desastrosa, y este hecho no puede ocultarse con buenas palabras. El odio del ejército a Richard Holbooke (una criatura de Clinton) es profundo no por sus defectos personales, que son numerosos, sino porque su intento de abandonar a Karzai sin tener un sustituto serio indignó a los militares. Conscientes de que esta guerra no se puede ganar, no estaban dispuestos a permitir la caída de Karzai: sin un líder pas-tún en el país, el colapso podría alcanzar las proporciones del de Saigón. Todos los generales saben que no será fácil salir del presente estancamiento, pero están deseosos de labrarse reputaciones y carreras y de experimentar nuevas armas y estrategias (los juegos de guerra reales resultan fascinantes para los ejércitos, siempre y cuando los riesgos no sean grandes), así que han obedecido órdenes, a pesar de sus desacuerdos entre sí y con los políticos.
La escalada ordenada por Obama fue apoyada por McChrystal y Petraeus, pero no por el general Eiken-berry, el ex jefe de ambos y actual embajador en Kabul. El actual estancamiento de la guerra y el precio que se está pagando en vidas le están dando la razón. Todos los progresos, exagerados por los medios de comunicación, son ilusorios. Las bajas de Estados Unidos y de la OTAN aumentan cada semana; la mayoría de los ciudadanos europeos y muchos estadounidenses se oponen a la guerra y están a favor de la retirada; distintas facciones de los talibanes se están preparando para tomar el poder; las sanciones han enemistado a Irán, que ya no colabora; la Alianza del Norte ha resultado un fiasco y sus líderes, como los hermanos Karzai, se dedican a hacer dinero. Y a pesar de las reservas de litio, cada vez resulta más difícil mantener la presencia de la OTAN en el país. El ejército de Pakistán sostiene constantes conversaciones con la dirección talibán y un desesperado Karzai ha pedido a Estados Unidos que retire al muía Ornar y a los antiguos líderes talibanes de la lista de «terroristas» para que puedan viajar libremente y participar en la vida del país. La respuesta de Eikenberry: estamos dispuestos a considerar cada petición, pero no a una amnistía general. Ya llegará23.
Esta es la razón por la que las comparaciones con Vietnam, aunque indicativas en muchos otros aspectos —moral, político, ideológico—, no lo son tanto
23 En Estados Unidos, a medida que se aproximaban las elecciones de noviembre, se esperaba con impaciencia la visita de Netanyahu, que podría contribuir a que el Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí reforzase a los debilitados demócratas. En Washington se rumoreaba que las pérdidas tamo en el interior como en el exterior iban a conducir a Obama a librarse de Gates en el pentágono y de Rahm en la Casa Blanca. ¿Serán mejores sus sustitutos?
en términos militares. Podría decirse que, en un nivel, la arrogante escalada de la guerra en Afganistán decidida por Obama combina la soberbia de Kennedy en 1961 con la de Johnson en 1965, e incluso la de Nixon en 1972, cuyo bombardeo de Camboya muestra más de una semejanza con las operaciones actuales en Pakistán. Pero actualmente no hay reclutamiento forzoso, la guerrilla no recibe ayuda soviética o china, y no existe una solidaridad antiimperialista que debilite el sistema en los países de origen. Por el contrario, como a Obama le gusta explicar, cuarenta y dos países están echando una mano para que esta vergonzosa marioneta en Kabul dé un buen espectáculo24.
Ningún espectáculo de la historia universal podría ser más gratificante que el del procónsul estadounidense huyendo de nuevo en helicóptero desde el tejado de la embajada mientras las distintas fuerzas expedicionarias y sus lacayos civiles son expulsados sin ceremonias del país con él. Pero no se vislumbra un segundo Saigón. La monótona chachara sobre el final de la hegemonía estadounidense, el cliché de la
2A En Oslo Obama felicitó debidamente al comité del Premio Nobel de la Paz por el contingente noruego en Afganistán, junto con los de Albania, Armenia, Australia, Austria, Azerbaiyán, Bélgica, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Canadá, Croacia, República Checa, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Francia, Georgia, Alemania, Grecia, Hungría, Islandia, Irlanda, Italia, Jordania, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Macedonia, Países Bajos, Nueva Zelanda, Polonia, Portugal, Rumania, Singapur, Esíovaquia, Eslovenia, España, Suecia, Turquía, Ucrania, Emiratos Árabes y Reino Unido.
época, es sobre todo una forma de evitar oponerse a ella seriamente.
Si hiciera falta una ilustración palmaria de la continuidad de la política exterior estadounidense a través de sus Administraciones y de la futilidad de los absurdos intentos de tratar el periodo Bush-Cheney como una excepción más que como la norma, la conducta de Obama la ha proporcionado. Desde un extremo de Oriente Próximo al otro, el único cambio concreto significativo que ha llevado a cabo ha sido una escalada de la Guerra contra el Terror —o el Mal, como él prefiere llamarlo— con Yemen en el punto de mira. Se ha descubierto allí una nueva amenaza terrorista y algunos sectores sugieren que podría ser necesaria la intervención. El 2 de enero de 2010 Obama anunció que duplicaba el gasto militar estadounidense en Yemen. El 30 de diciembre, The Economist había señalado: «Los drones y las fuerzas especiales estadounidenses han estado más ocupados que nunca en su vigilancia, no sólo en Afganistán y Pakistán, sino también, parece ser, en Somalia y Yemen»25.
Por lo demás, la historia es la misma. Se apoya la práctica de interrogatorios en centros de detención
25 The Economist, «From Shoes to Soft Drinks to Underpants». Un tanto alarmado por todo esto, en febrero de 2010 fui a Yemen a investigar s¡ había allí una amenaza real. Mi informe, publicado en The London Review of Books, 25 de marzo de 2010, se incluye en el apéndice 2 de este libro.
fuera de Estados Unidos —tortura por delegación—, mientras que quienes perpetran esos delitos siguen viviendo tranquilamente en Florida o en otros lugares, ignorando las órdenes de extradición, bajo la protección de Obama. Continúan las escuchas telefónicas dentro del país. Se ha aprobado un golpe en Centro-américa. Se establecen nuevas bases militares en Colombia. En una escapada al sur, Hilary Clinton intenta dividir a los nuevos Estados bolivarianos ofreciendo unas migajas a Ecuador si se separa de Venezuela.
En el Lejano Oriente, a Japón se le sigue tratando como un Estado cliente y se le castiga si intenta salirse de la fila. Para los imperialistas de Washington la democracia japonesa carece de importancia. En febrero de 2010, por ejemplo, el Parlamento de Oki-nawa (la Asamblea de la Prefectura, elegida en 2008) aprobó por unanimidad una resolución por la que se exigía que la base estadounidense de Futenma fuera trasladada a otro lugar. Un mes después, todos los alcaldes de los cuarenta y un pueblos de Okinawa apoyaban la resolución. En abril de 2010, la Asociación de Alcaldes de las Ciudades, constituida por los alcaldes de las once ciudades de Okinawa, reiteraron la petición. En vano. Okinawa y Japón en general ofrecen un ejemplo de laboratorio de cómo se impone la hegemonía estadounidense a un Estado cliente.
La hostilidad japonesa a la base militar estadounidense de Okinawa fue un factor importante en la derrota del régimen del Partido Liberal Democrático en Tokio en 2009 por el Partido Democrático, cuyo líder, Yukio Hatoyama, se había comprometido durante la campaña a trasladar la base. Ganó. Nada que hacer, dijo el secretario de Defensa Gates, e informó al Gobierno de Hatoyama que la petición era «contraproducente» y que debía «abandonar la idea». El Washington Post respaldó obedientemente esta postura con un comunicado del 14 de abril de 2010 en el que describía al líder japonés como «desafortunado» y «cada vez más desequilibrado». Durante la era Brezhnev, en la Unión Soviética, a los disidentes con frecuencia se les declaraba dementes y se les encerraba en hospitales psiquiátricos. Estados Unidos simplemente tacha de locos a los líderes con los que no está de acuerdo (Chávez, de Venezuela, es otro caso) e intenta derrocarlos. En una visita a Japón, Obama tenía el talante imperial. Hizo una exhibición pública de comprensión hacia las preocupaciones japonesas, pero en privado fue mucho más agrio con Hatoyama, que se vio obligado a retractarse de su promesa. «¿Lo podrá cumplir?», preguntó Obama burlonamente. Hatoyama dijo que sí, pero su valoración en los sondeos cayó en picado y dimitió después de sólo cuatro meses en el cargo. Y así desaparecía otro individuo ligeramente molesto. Era la primera vez que se ponía en entredicho la presencia estadounidense en Okinawa desde
el Tratado de Seguridad firmado por Estados Unidos y Japón en 1960, que se aprobó en el Parlamento casi clandestinamente y en ausencia de partidos de oposición. Durante las semanas previas, en las calles de Tokio hubo manifestaciones de estudiantes y sindicalistas en protesta por la violación permanente de la soberanía japonesa que se estaba proponiendo26.
Obama no muestra signos de reducir la ocupación de Japón, que todavía está obligado a costear el mantenimiento de la base estadounidense, que asciende a millones de dólares cada año. Evidentemente, las bombas de Hiroshima y Nagasaki no bastaron. Continuarán los asaltos y violaciones a las mujeres de Okinawa.
Sin embargo, sería erróneo pensar que nada ha cambiado. Ninguna Administración es exactamente como las demás y cada presidente deja su impronta. Es cierto que con Obama ha habido muy pocos cambios concretos en el dominio imperial estadounidense.27
26 «El entonces embajador estadounidense, Douglas MacArthur II, informó a Washington de que Japón es un país cuyo "neutralismo latente está alimentado por sentimientos antimilitaristas, pacifismo, confusión mental, neurosis nuclear y tendencias rnarxistas entre intelectuales y educadores". El recuerdo de la crisis de 1960 ha disuadido a ambos gobiernos de dar cuenta de esta relación al Parlamento o al público desde entonces.» Disponible en línea en japanfocus.org. El largo ensayo de Gavan McCormack «Ampo at Fifty; The Faltering US-Japan Relationship» es el relato más detallado hasta el momento.
Pero en cuanto a la propaganda, se ha alcanzado un nivel superior. No es casual que un destacado co-lumnista —y uno de los más inteligentes— sólo medio irónicamente haya situado cinco discursos de Obama como los cinco acontecimientos más importantes de 200928. En El Cairo, en West Point, en Oslo, ha obsequiado al mundo una edificante homilía tras otra, siempre entreveradas de todos los egregios eufemismos que se les ocurrían a los pergeñado-res de discursos de la Casa Blanca para describir la esplendorosa misión de Estados Unidos en el mundo y expresar su modesta admiración y su resolución de continuarla.
27 A ello obedece en parte el desencanto de muchos antiguos partidarios de Obama, que ha aflorado con asombrosa rapidez, en comparación con el relativamente largo idilio liberal con Bill Clinton. No obstante, suelen culpar de su decepción a los constreñimientos estructurales más que al propio Obama: Garry Wills piensa que el bienintencionado presidente está atrapado en los mecanismos del aparato imperial estadounidense («The Entangled Giant», New York Review of Books, 8 de octubre de 2009), y Frank Rich ha atacado a los grupos de presión por impedir que Obama cumpla "la promesa de hacer que los estadounidenses confien de nuevo en su Gobierno» («The Rabbit Ragú Democrats», New York Times, 3 de octubre de 2009). Para Tom Hayden, la decisión, como oportuna, dadas las circunstancias, de aumentar las íuerxas en Afganistán, es «la última de una serie de decepciones» (a pesar de que Obama ya había anunciado esa medida en su campaña). No obstante, aunque Hayden está despegando la pegatina de su coche, seguirá «apoyando a Obama en el futuro» («Obamas Afgbanistan Escalation», Nation, 1 de diciembre de 2009).
28 Gideon Rachman, «The Grim Therne Linking che Year's Main Events», Finandal Times, 23 de diciembre de 2009.
«Debemos decirnos abiertamente unos a otros las cosas que abrigamos en nuestro corazón» es el tono característico. «Nuestro país ha soportado un peso especial en los asuntos mundiales. Hemos derramado sangre estadounidense en muchos países y en distintos continentes. Hemos gastado nuestra riqueza en ayudar a los demás en la reconstrucción cuando estaban en ruinas y a desarrollar su propia economía. Nos hemos unido a otros para desarrollar una arquitectura de instituciones —desde las Naciones Unidas hasta la OTAN o el Banco Mundial— que proporciona seguridad colectiva y prosperidad a los seres humanos.» «La lucha contra el extremismo violento no terminará rápidamente, y se extiende mucho más allá de Afganistán y Pakistán... Nuestro esfuerzo alcanzará a regiones turbulentas, Estados fallidos, enemigos difusos.» «Nuestra causa es justa, nuestra resolución firme. Avanzaremos con la confianza de que la razón nos da la fuerza.» En Oriente Próximo hay «tensiones» (repite nueve veces esa palabra en su discurso a la camarilla de Mubarak en al-Azhar) y en Gaza se ha producido una «crisis humanitaria». Pero «los palestinos deben renunciar a la violencia» y «en último término a los iraquíes les va mejor» gracias a las acciones estadounidenses. En Oslo: «No se equivoquen: el mal existe en el mundo»; «Decir que a veces puede ser necesaria la fuerza no es una invocación al cinismo: es un reconocimiento de la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón»29. En El Cairo: «La resistencia mediante la violencia y el asesinato no es justa». En suma: si Estados Unidos e Israel libran una guerra o eliminan a los líderes que nos les gustan, es un lamentable deber moral. Si los palestinos, los iraquíes o los afganos se resisten, es un callejón sin salida inmoral. Como le gusta decir a Obama: «Todos somos hijos de Dios» y «Esta es la visión de Dios»30.
Si la banalidad altisonante y una hipocresía a prueba de todo son las marcas distintivas del estilo de este presidente, eso no significa que sea menos útil a la hora de atender y reparar las instituciones imperiales que ahora presiden Obama y Hilary Clin-
29 Los tropos de «hombre imperfecto» y «razón limitada» están tomados de las pedanterías de Reinhold Niebuhr, pastor de las conciencias de la Guerra Fría (véase Copal Balakrishnan, «Sermons of the Present Age», New Left Review, enero-febrero de 2010). No obstante, Niebuhr no siempre era tan hipócrita como su pupilo. En vez de la piadosa necedad de los «dos pueblos que sufren», tuvo la honestidad de llamar al sionismo por su nombre: en un artículo publicado en Nation (28 de febrero de 1942) escribió que «la derrota del Eje propiciará una hegemonía anglosajona que estará en posición de garantizar que Palestina sea para los judíos», y añadía que «los líderes sionistas no son realistas cuando insisten en que sus demandas no conllevan "injusticia" para la población árabe» y ésta debería ser «compensada de otra forma».
30 Citas extraídas de «Remarks by the Presídent on a New Beginning», El Cairo, 4 de junio de 2009; «Remarks by the Presiden! to the Nation on the Way Forward in Afghanistan and Pakistán», West Point, 1 de diciembre de 2009; discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz, Oslo, 11 de diciembre de 2009; «Remarks by the President to the Ghanaian Parliament», Accra, 11 de junio de 2009.
ton. Nada ha irritado más a la opinión internacional que la falta de ceremonial con que Bush y Cheney actuaban con frecuencia, lo que dejaba a los aliados y a audiencias que, por lo demás, estaban bien dispuestas hacia los líderes estadounidenses, expuestos a verdades incómodas que habrían preferido no escuchar. Históricamente, el modelo de la variante actual de presidencia imperial es Woodrow Wilson, un cristiano no menos devoto que no dejaba de hablar de la paz, la democracia o la autodeterminación, mientras sus ejércitos invadían México, ocupaban Haití y atacaban a Rusia, y en sus tratados entregaba una colonia tras otra a sus socios en la guerra. Obama es una versión suya de segunda mano, y ni siquiera tiene Catorce Puntos que traicionar. Pero su letanía todavía satisface a aquellos que desean escucharla, como ha mostrado gráficamente la concesión a Obama de lo que García Márquez denominó una vez Premio Nobel de la Guerra. Después de mentir a los votantes —prometiendo la paz y haciendo la guerra—, Wilson fue reelegido para un segundo mandato, aunque no terminó bien para él. En épocas más combativas, Johnson se vio obligado a retirarse con ignominia por su belicismo, sin poder engañar de nuevo a los electores. Doce años después, una deba-cle en Teherán contribuyó a hundir a Cárter. Si los reveses de los demócratas en Virginia Occidental y New Jersey —donde los votantes demócratas no acudieron a las urnas— se convierten en una pauta, Obama podría ser el tercer presidente de un mandato, abandonado por sus partidarios y burlado por aquellos con los que se ha esforzado tanto por congraciarse.Sus críticos y asegurándose de que no se les ponen obstáculos en su camino. Como el derecho al beneficio se considera sacrosanto, toda alternativa seria es rechazada automáticamente. Ésta es la tensión permanente que radica en el corazón de una demo
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