Yemen es un universo de sensaciones difícil de olvidar. Salir a la calle en Yemen era darse cuenta de repente de la otra realidad, o de la única, pues nosotros, los estudiantes estabamos encerrados en nuestra burbuja de la escuela. La sensación habitual era la de vivir dentro del rodaje de una peli de bajo presupuesto. Pues no parecía serio aquello. Personajes de las mil y una noches desfilando ante mis atónitos ojos. Creo que fui un privilegiado por poder observar algo que irremediablemente desaparecerá, pues Yemen tampoco escapara a la “cultura global” ¡Cómo no va a sorprender! los hombres con su “pareo” o fota/mawis con el chal o palestino a la cabeza o encima de una chaqueta de traje que cubría una camisa o el zaub o túnica, rematado por unas sandalias cubiertas de polvo, asi como la mayor parte de la ropa, la torsión de la yambiya inserta en un lujoso cinturón, una sensación de eterna erección, asombroso símbolo fálico. Mostacho y delgadez famélica componían el resto del imprescindible vestuario al uso. ¿Te imaginas a un tipo así caminando por la calle Alcalá? Si la pinta no te dejaba indiferente no era menos su indolencia; parsimonia producto de las incontables sesiones de “qat” La verdad es que a media tarde los hombres se encontraban en una especie de sopor virginal, alimentado por la ensalibación de una enorme bola, de la citada planta narcótica, que deforma el papo hasta extremos aberrantes. Todos los momentos son buenos para el qat, no importa la clase social, etnia, tribu, religión... este los iguala y une como, por otro lado, no consigue la religión. Todos qat-adictos, también muchas mujeres bajo el nikáb mastican frenéticamente su ración. ¿Y los “despachos” de qat? Esto si que es arte! Tugurios minimalistas donde se acomodan los perezosos vendedores, recostados atendiendo la demanda de sus ansiosos clientes. Los vi fabricados en forma de cajas con cuatro tablas sobre unas patas de hierro, por dentro cubiertos de mugrientos cojines, de una piel de oveja que, imaginemos, alguna vez disfrutó de su color original, de periódicos o a pelo. En Hodeida los tibilorios estaban montados con un somier, de esos que usabamos para hacer tirachinas. Pero la polvorienta calle era el lugar habitual para su venta. Por la noche unos infiernillos con una camisa para dar luz servían para distinguir la mercancía entre las sombras que proyectaban los vendedores. Hasta la casa tiene un lugar especial para su consumo, el “mafras” es el receptáculo idóneo para la reunión de hombres, reclinados sobre colchonetas y cojines tapizados van seleccionando con paciencia las hojas tiernas, dando una leve sacudida con los dedos antes de metérselas en la boca. Cada cierto tiempo beben para contrarrestar la acidez de la planta, lo habitual agua o una fanta de color rojo jarabe muy popular por aquellas tierras. Esta claro que el país esta entretenido con el qat. La mansedumbre de la gente se hace notar, menos rebeliones tribales, menos protestas contra el gobierno... ellos tienen su fútbol, al que por cierto, también adoran, en especial al R.Madrid y al Barsa, por ese orden. Pero mantener el vicio sale muy caro a los bolsillos de los yemeníes y del propio Estado. Yemen es un país deficitario en agua, buena parte de los recursos hídricos están siendo destinados al riego del qat, entre un 60 y 70%, un agua necesaria para cultivos y consumo humano. La consecuencia inmediata es la importación de hortalizas, verduras y fruta. Mucho se confía en los hallazgos del oro negro, descubierto en las regiones centrales y del norte, como solución a todos los problemas, la realidad es que de momento no se descubrió suficiente crudo y gas para salir del atraso y carencias generalizadas que tiene el país. Paradójicamente las industrias más boyantes del país, después de las relacionadas con los hidrocarburos, son las embotelladoras de agua mineral. Curiosamente son los deshechos de estas botellas y de las bolsas que contienen el qat el “adorno” más común del campo yemení. Como consecuencia todos los extranjeros les tachan, o tachamos, de guarros impenitentes, y es lo que peor lleva el turista occidental que visita Yemen. El problema estriba en que ellos se han tenido que comer el progreso de golpe, han pasado de una economía de subsistencia en total armonía con el medio a una de mercado sin transición. Siguen haciendo lo que hicieron toda la vida, tirar los residuos a su alrededor a expensas de que la naturaleza los reabsorba. Al igual que en España que se tiraba la basura al establo para hacer abono, claro la basura era de origen orgánico!, en Yemen se arroja al entorno pero sin la conciencia de que el proceso natural de biodegradación no se puede dar de la misma manera. Les hemos inundado las tiendas de productos envasados y no les enseñamos su correcto uso, interesaba el beneficio rápido, ahora cuando les visitamos nos quejamos y exclamamos: ¡Pero no se dan cuenta de que esta suciedad impide la explotación turística del país! Siguiendo con la economía, conocimos a una catalana, muy viajada ella, que lo que más le llamaba la atención era la cantidad de género que abarrotaba las tiendas, se preguntaba si realmente vendían suficiente para vivir. Yo pude observar, desde la tienda de Muhammad (amiguete vendedor de chales), como un constante goteo de gente se informaba de los precios a los que Muhammad respondía con paciencia. Y este es uno de los aspectos más destacables de Yemen, la vida en la calle y su interminable comercio. El yemení es un vendedor, un hábil vendedor, que consagra sus cinco sentidos al arte del comercio, por la tarde después del qat, con los sentidos a medio gas. Las principales arterias de la ciudad son un mare magnun de tiendas repletas de miles de objetos bien dispuestos para la curiosidad del transeúnte. Sin duda lo mejor son las escuetas tiendas de la ciudad vieja. Parece que el miniaturista de las cantigas de Alfonso X (s.XIII) se hubiera inspirado directamente en dichos tenderetes. Entre 5 y 10 metros cuadrados son suficientes para albergar el género y a su dependiente, recostado sobre el mostrador desde donde controla todo el perímetro de la tienda. A la hora de comer es literalmente absorbido por la mini tienda sentado en el suelo acompañado de otros colegas, engullen con fruición una fuente de salta, fasulia o el omnipresente arroz con pollo. La escasa vianda no solo alimenta a los voraces comensales sino que también puede ser invitado algún despistado como le ocurrió en numerosas ocasiones al que suscribe. Sí, la hospitalidad es la reina de Yemen.
Un breve análisis sobre la situación sociopolítica internacionalen Rebelión.org.
hola
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