Al-Andalus: parte inseparable de nuestra historia.
Los andalusíes, moradores de la Península Ibérica durante más de ocho siglos, fueron, en su mayor parte, musulmanes de cultura oriental y su legado es uno de los más significativos y enriquecedores de la civilización hispánica. Su recuerdo, en el imaginario colectivo, es de un período oscuro de interminables guerras, reconquistas, etc. En definitiva, siglos de violencia y destrucción. Así se narró la historia y, por desgracia, esta es una descripción vigente de aquel período. Los historiadores siempre pasaron de puntillas al mencionar la estrecha convivencia y trasvase cultural entre judíos, cristianos y musulmanes. Precisamente hoy, que es tan necesario el diálogo intercultural para entender mejor a nuestros vecinos musulmanes, es edificante darse un paseo por todo aquello que, por otro lado, no dejan de ser nuestras propias raíces.
Baste recordar algunos detalles de nuestra historia para entender mejor los vínculos comunes. Las tierras de la primitiva Castilla acogieron y se beneficiaron de los llamados mozárabes (los arabizados), aquellas gentes de religión cristiana que decidieron quedarse en los territorios bajo dominio islámico con su amparo legal, unos acabarían emigrando hacia el norte cristiano dejando una profunda huella y otros se quedaron indefinidamente en suelo andalusí. Por otra parte, se dio el caso contrario de los mudéjares –expertos agricultores y artesanos-, fueron aquellos musulmanes que habitaron territorio castellano o aragonés tras la ocupación cristiana de al-Andalus a partir del siglo XI. También éstos disfrutaron de la protección de los señores cristianos hasta la persecución religiosa instigada por la Iglesia y los Reyes Católicos. No acabó todo ahí pues hasta la expulsión definitiva de 1614, los criptomusulmanes o moriscos (cristianos conversos practicantes de la religión islámica en secreto) vivieron una etapa de fructífera convivencia y relativa integración, así lo demuestra la literatura de la época: el Abencerraje, el morisco Ricote del Quijote o el propio Guzmán de Alfarache.
Estos continuos flujos humanos irradiaron sus especificidades culturales donde quiera que fueran. Tanto judíos como musulmanes portaban una cultura oriental (árabe, persa e india) que acercó a la Península Ibérica a lugares tan remotos y evocadores como Bagdad, Samarkanda, Alepo o Damasco. No en vano se habla de la orientalización de al-Andalus. La brillantez cultural de estos lugares deslumbró las embrionarias cortes de los reinos cristianos peninsulares, se adoptaron modas en el vestir, el protocolo, la comida, en la música, la cosmética, la literatura, el ocio, el mobiliario, etc.
No era extraño que los cristianos de al-Andalus, mozárabes, se iniciaran en la lengua y literatura árabes, como tampoco que los musulmanes aprendieran el romance, parece ser que el número de personas bilingües fue muy elevado. Un reflejo de esta práctica lo tenemos en la lengua castellana que cuenta con miles de palabras de origen árabe: albañil, alberca, aduana, aljibe, alcohol, almacén, arroz, alcalde, sofá, azúcar, aceituna, noria, azulejo etc. También nombres de persona Almudena (al-mudaina=la ciudadela), Fátima, etc. En nombres de lugar: Albacete (el llano), Almería (la atalaya), Guadalajara (río de piedras), Guadarrama (río de arena), Guadalquivir (río grande), Benicasin (de la tribú qasin), Medinaceli (ciudad de Salim), Alcalá (el castillo), Aceña (prov.Burgos, la noria), Alariza (prov.Burgos, la posesión), Mahamud (prov.Burgos, nombre de persona), Alcocer, (prov.Burgos, el castillo). Incluso el propio nombre de Castilla puede ser de origen árabe.
Muchas veces se habló del papel transmisor de los árabes y judíos de la cultura grecolatina. ¿Qué hubiese sido de la medicina occidental sin los comentarios árabes de las obras de Hipócrates o Galeno, de la obra de Avicena y Maimonedes, de la filosofía y racionalismo europeo sin los comentarios de Aristóteles de Averroes?. ¿Y del algebra sin la numeración arábiga?, ¿Y de la navegación sin el astrolabio y las cartas de navegación?, ¿Y la pólvora, el papel, etc. etc.?
Ciertamente los hispano-musulmanes aprovecharon la tecnología romana aplicada a la agricultura y la mejoraron. Fueron maestros en las obras hidráulicas, construyeron una red de canales, aljibes y acequias en Andalucía, el Levante y Aragón. ¿Quién se imagina una sobremesa sin naranjas, una paella sin arroz, un dulce sin azúcar, una navidad sin turrones, o de ropa sin el empleo del algodón; todos ellos fueron cultivos y costumbres importados por los musulmanes en el siglo X, así como la introducción de la berenjena, el calabacín, la alcachofa, el melón, etc.
Los reinos cristianos bebieron del esplendor cortesano y palaciego andalusí. No solo copiaron las modas árabes sino que se valieron de intelectuales, médicos, literatos árabes para asesorarles en sus propios reinos sobre los usos y costumbres orientales. El refinamiento cordobés inspiró a la corte de Alfonso X el Sabio, lo demuestra ese impresionante fresco que son “las cantigas”. Los cristianos importaron la práctica totalidad de instrumentos musicales de viento, cuerda y percusión, que luego pasaron a Europa, En el campo de las letras, con la literatura híbrida de las jarchas, los zejeles las moaxajas y el manejo de fábulas orientales por Don Juan Manuel, el Arcipreste de Hita, Bocaccio, Dante y el mismo Alfonso X. Más tarde, a partir del siglo XV, el romancero se impregnó de temas y narraciones andalusíes. Inclusive se esta estudiando en la actualidad la influencia del islam en la religión cristiana, tanto en la Iglesia mozárabe, como en la mística cristiana (San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús...)
También las costumbres diarias de higiene, de vestido (hasta los obispos vestían con sedas fabricadas en al-Andalus), orfebrería, ajuar de cocina, cerámica (botijos, cántaros...). En definitiva un fluido comercio que transitaba por las diferentes vías de acceso al norte. No existió una línea fronteriza sino un espacio gobernado por los “señores de frontera” que compartían ambas culturas y que se alineaban bien con los reinos cristianos, bien con al-Andalus según un interés político coyuntural (un buen ejemplo fue El Cid –El señor-). Y de este trasiego se hacen eco los mercados semanales de las incipientes urbes castellanas (Medina del Campo, Burgos...) a los que acudían, además de cristianos, comerciantes judíos y andalusíes. Más evidente y, por lo tanto conocida, es la herencia urbanística y arquitectónica musulmana de muchas de nuestras ciudades y pueblos, callejeros, puentes, canales, caminería, murallas, alcáceres, albercas, almunias, mezquitas, rápitas etc.
Pero además de ser trasmisores de la cultura mediterránea y oriental fueron geniales creadores en diversas disciplinas científicas: matemáticas (logaritmos, trigonometría, etc.), astronomía (identificación de estrellas y constelaciones), sociología (análisis de Ibn Jaldún sobre la evolución de las sociedades), geografía (creadores de la geografía humana), historia (fundadores de la historia crítica moderna), literatura (nuevos géneros literarios), agricultura (tratados geopónicos), medicina (la circulación de la sangre, cirugía moderna), arte (motivos decorativos, soluciones constructivas), etc.
La coexistencia en suelo ibérico del islam, de la cristiandad y el judaísmo propició una amalgama cultural sin precedentes en la Historia. No estamos hablando solo de un hecho pretérito, sino que nos estamos refiriendo a un legado que sigue vivo y latente, que configura nuestro paisaje, pensamiento, vida cotidiana, en las artes, el lenguaje, etc. A nosotros nos corresponde estudiarlo y valorarlo como se merece y desterrar los perjuicios seculares que lo sepultaron en el olvido.