Egipto: Um ad-dunya

Egipto: أم الدنيا (La madre de los árabes)

















































Egipto entre bambalinas

Sin duda Egipto es un país que te atrapa y te cautiva con su poderoso encanto. Pero esta, es una seducción ambigua. La fachada arqueológica, que encadiló a Napoleón y engrandecieron los escritores y pintores románticos, nos traslada a un pasado glorioso, anterior a nuestra era. Pero es un viaje con ciertas “incomodidades”. El tortuoso camino a través de templos, mastabas, sarcofagos, momias, museos, está jalonado de una troop de guías, más o menos oficiales, de codiciosos policías y de una chiquilleria ávida de un formidable afán depredatorio. Este es el fastidioso precio que ha de pagar el “primer mundo” por pasearse por las maravillas que todavía no robó del “tercer mundo”. Esta “incomidad”, que “sufre” el turista, sólo representa la punta del iceberg de un país castigado por la corrupción y la pobreza.


Podemos hacer una visita aséptica y contemplar las desnudas e historiadas piedras de los templos, o cruzar la calle del itenerario oficial y deambular por las tripas del Egipto del siglo XXI.

Mi llegada a la megalópolis cairota fue dura. Me sentí observado, blanco de todas las miradas. Supongo que trasmitía inseguridad, motivada por no conseguir solucionar mi logística del viaje con la celeridad deseada. Es verdad que el egipcio es curioso por naturaleza y un extranjero despistado, es un reclamo particularmente sugestivo para saciar su interés. Pero esta fragilidad, que yo demostraba, solo despertó palabras de ánimo y apoyo. En uno de mis erráticos paseos por Heliópolis, barrio acomodado en la periferia de la capital, una chica, en perfecto inglés, se ofreció a comprarme la fruta ante mi incertidumbre con los precios. Más tarde el dependiente de la tienda de vodafone me dio su número de teléfono para solucionarme cualquier contratiempo, llegado el caso, defenderme de cualquier indeseable. Finalmente, un chico que regentaba una tienda de comida rápida árabe, después de una animada conversación, no quiso cobrarme nada de lo que consumí. Todo esto me ocurrió el segundo día que pasé en el Cairo. Los gestos de amabilidad se sucedieron a lo largo de los 40 días que pasé en Egipto, lo corroboran los innumerables “cheis” o tes a los que fui invitado al calor de una buena conversación. Mi mejor recuerdo es para mi amigo Abd al-aziz, el pastelero, de dulces sirios, que habitualmente visitaba en el barrio de Sayyida Zeinab y que siempre se negaba a cobrarme. Y no solo eso, sino que, además me regalaba un paquetito de kunafas, hojaldres con crema, esmeradamente envuelto para mis compañeros de piso. De aquellos encuentros nació una amistad que todavía perdura y que propició una inolvidable visita a Ashkur, su aldea natal.


Es verdad que las virtudes del moderno Egipto quedan eclipsadas, para los occidentales, por la magnificencia de su pasado faraónico. Sin embargo es de una importancia vital conocer el Egipto moderno y a los modernos egipcios. El país de los faraones es, hoy en día, una controvertida referencia en los países árabes. El pasado reciente nos revela que Egipto fue líder de los países no alineados, un modelo para los estados en proceso de descolonización. También fue abanderado del laicismo árabe y, paradójicamente, guía del islam ortodoxo sunní, así como origen de todas las tendencias islámicas, tanto las moderadas como las radicales.Ciertamente perdió su liderazgo moral dentro del mundo árabe, especialmente tras los diversos acuerdos con EE.UU e Israel. A pesar de todo sigue siendo la indiscutible referencia en la cultura árabe contemporánea.

Egipto es un modelo de convivencia religiosa. Al menos esto es lo que me aseguraron varios cristianos coptos, la numerosa minoría cristiana presente en el país. Recuerdo algunas anécdotas que atestiguan este aserto. Conocí a George, un activo estudiante universatario, cristiano copto, que participaba en una obra de teatro con chicos y chicas musulmanas. Todos ellos me insistieron en la buena relación de ambas comunidades religiosas. Lo cierto es que los matrimonios mixtos no son muy habituales, pero sí la convivencia en un mismo barrio, en el trabajo o la universidad, lo mismo que observé en mi estancia en Damasco. En otra ocasión tuve una animada conversación con unos jóvenes coptos en un cafetín regentado por un musulmán, en un punto de la conversación pregunté por la relación de ambas comunidades, todos a una, me aseguraron que era de absoluta normalidad. Esta claro que no es oro todo lo que reluce, el conflicto interfonfesional existe, si bien es verdad que este es instigado por unos pocos extremistas.


Fátima es profesora de universidad, una musulmana practicante contraria al uso obligatorio del velo islámico o hiyab. A muchas correligionarias de Fátima confunde su actitud, dudan si es cristiana, pero al no llevar signos claros de ser de esta confesión, como un colgante con una cruz o un pequeño tatuaje, se delata su condición de musulmana “insumisa” al hiyab. La profesora me contaba que sus amigas intimas la recriminaban por su aptitud y, que hasta en la calle o en el metro, la intentaban convecer de su mal proceder. Me confesaba que sentía cierto acoso, pero que sabía que el islam no obligaba a vestir el hiyab y que los argumentos a su favor son débiles, normalmente, de carácter misógeno, y, en muchas ocasiones, aprovechan la ignorancia de la mujer para obligarla a vestir el hiyab. En un vagón de metro, de los de uso exclusivo femenino, una mujer la increpó por no ser buena musulmana, harta de tanta intromisión, Fátima la contestó: “¿qué prefieres que lleve velo y sea una puta o que no lo lleve?”. A mi paso por la universidad de Ain Shams del Cairo pude observar la generalización en uso del hiyab por parte de las jóvenes universitarias, mi sorpresa fue la cantidad de maneras diferentes de usarlo, los colores chillones de los pañuelos y, paradoja que me apuntaba la propia profesora: el uso de maquillaje, tejanos y camisetas ajustadas, en la línea de cómo lo llevan en otros países no musulmanes. Ella me comentaba que estaba claro que, en muchos casos, el uso del hiyab era un símbolo social mas que un símbolo religioso. En mi última visita a Egipto, hace unos 15 años, vi algunos pañuelos islámicos pero la pauta era la contraria. La proporción se ha invertido, “ahora la que no lleva pañuelo es la rara” me confrmaba Fátima. En mi recorrido por la facultad me sorprendió la clarísima superioridad de chicas estudiantes frente a los chicos, reflejado en la cantidad de pañuelos coloreados que se observaban en los pasillos y patios del edificio, extraño en una sociedad dominada por los hombres. Fátima me aclaró esta aparente contradición: “En primer lugar, señalar que nos encotrabamos en una facultad de letras, habitual feudo femenino, y, en segundo, que el futuro de estas estudiantes, ¡en un 90%!, se encuentra en velar por su virginidad para poder casarse y dedicarse a las labores domésticas, el título universitario no es mas que un preciado adorno del currículo de la futura esposa”.


La doble moral reina a sus anchas en el país del Nilo. En cierta manera me recuerda a la moral laxa que existía en la Edad Media, todo el mundo hacía lo que le venía en gana, ya vendría la autoridad eclesiástica a reprimir algunas “desviaciones” para que todos siguieran practicando lo de siempre. Ilustrativo es el caso que de la detención 15 homosexuales, y posterior condena de cinco de ellos, el pasado 2008. El escritor Juan Goytisolo se hacía eco de este hecho, se extrañaba de la actitud de las autoridades egipcias y comentaba que en los países árabes siempre se había practicado la homosexualidad, y que él se había sentido más libre de experimentarla que en otros países, supuestamente, más liberales. El caso de los 15 homosexuales detenidos por "práctica del libertinaje de forma habitual" trascendió a la opinión pública occidental y fue denunciado por asocioaciones de gays y de derechos humanos. Por desgracia este no es un caso aislado, la intransigencia de la élite religiosa se hace notar y, a pesar de no estar penada la homosexualidad, se persigue una práctica, por otro lado, habitual y pública. Pero volvamos al caso citado anteriormente. En aquella ocasión hubo condenas muy duras de cárcel y trabajos forzados. Lo que trascendió a la opinión publica occidental fue la imposibilidad de ejecutar las condenas al no haber una base legal contra los gays en su país. En realidad se utilizó de tapadera la condición homosexual de estos chicos con el objeto de arruinar la carrera política de los padres. Alaa al aswany en su magistral novela “el edificio Yacobian” nos describe una situación ficticia muy similar, un lobby político aprovecha la condición homosexual del redactor jefe de un periódico para hundir su carrera.


Mucha gente prefiere mirar para otro lado o simplemente moverse en la ignorancia. En una conversación privada, un estudiante universitario negaba con rotundidad la existencia de gays en Egipto, el profesor presente se pasmaba de la candidez de su alumno afirmando que todo el mundo sabía que lugares eran frecuentados por gays, y que había un gran número de ellos, incluso, algunos personajes muy reconocidos de la vida pública. De hecho, durante mi estancia en El Cairo, un conocido presentador de la televisión española, junto a su marido, pasó sus vacaciones en la ciudad que frecuentan habitualmente. Muy diferente es el problema de la prostitución masculina, yo les conté una anécdota que me ocurrió en primer viajea Egipto con unos niños de Luxor, los cuales quisieron “comernos el platano tal y como les gustaba a todos los españoles e italianos.”


Tuve la oportunidad de vivir una curiosa viñeta burocrática con la renovación de mi visado de turista. La Mogamma no es un edificio cualquiera, son las entrañas de la burocracia egipcia cocidas a fuego lento por un ejército de 20.000 funcionarios. Recuerdo el interior del edificio como la barriga de una criatura descomunal. El plasma que circula por sus venas es el torrente de almas que buscan desesperadas la ventanilla donde solucionar su permiso de residencia, una multa de tráfico o, como en mi caso, la extensión de una visa. Paso el control de la puerta principal y me veo inmerso en un laberinto de pasillos, oficinas, controles policiales, fotocopiadoras y ansiosos peticionarios de toda clase y condición. Subo unas escaleras, miro hacia un lado y observo el patio central que organiza todo el edificio, una capa blanca espesa formada por los miles de pedazos de papeles oficiales deshechados desde las ventanas por los funcionarios, tapiza el olvido y el alma de un Egipto oscuro e insondable. -¿Dónde esta la ventanilla para renovar el visado? -¡Ah! tengo que subir dos plantas. Paso otro control de policía–¿quieres un té? ¿unas garrapiñadas? me dice un jóven –no, gracias, quiero saber dónde... y vuelta a preguntar. Milagrosamente, y después de haber pasado por dos ventanillas más, me encuentro en una amorfa cola de extensión de visados. Ahora me toca luchar por introducir mi mano, a la vez que otra media docena, y chillar mi petición con mis papeles. Entre empellones y manos peticionarias forcejeo en los huecos de las ventanillas ante la fria mirada de la burócrota. Me tengo que enfadar, un sonriente tour operador, con un puñado de pasaportes, se me cuela una y otra vez, ante mi indignación increpo al sujeto que me responde divertido: –esto no es Europa, tómatelo con calma. Miro desafiante a la oficinista que contraataca: -¡Te falta una foto y los sellos!, ruge desde su poltrona. El “operador” insiste en su gestión metiendo sus pasaportes por delante de mis narices y cerrandome el campo visual; a la vez, oígo a la mujer desde el otro lado de la ventanilla, visiblemente fastidiada por mi creciente irritación: -¡te falta este documento, vete a hacer una fotocopia a la planta primera! -pero... ya es la tercera vez que espero, mejor dicho lucho en la fila –murmullo enfadado. Vuelve a pasar los controles, a lidiar, entre empujones, en la ventanilla de fotocopias ¡y que no se cuele ni uno!, pienso aturdido. Por último, sigue, cual ceñudo montaraz, los pasillos y a no despistarse, ya que detrás de la ventanilla te espera tu “cariñosa” funcionaria a la que tienes que entregar la última fotocopia . El resultado fue alentador, ¡al-jandullilah!: obtuve un visado de 6 meses por menos de un euro ¡En España pagué 25 euros por visado de un mes!