...el consumidor de turismo en grupo se mueve hoy por el mundo a través de túneles construidos especialmente para él, higiénicos y seguros, que lo apartan, aíslan y protegen de la realidad circundante (RYSZARD KAPUSCINSKI )
Más allá del velo
Más allá del velo
EL PAÍS, JESÚS RODRÍGUEZ 17/02/2008
Llevan la cabeza cubierta para mostrar su identidad y no esconder su religión. Son unas cuantas entre el medio millón de mujeres que componen la comunidad islámica en España. Ellas han elegido lucir el ?hiyab? con absoluto orgullo.
Debajo de cada velo hay una cabeza. Centenares de miles en España. Todas son diferentes. Aunque nos empeñemos en verlas iguales. Unas son de mujeres que llegaron de lejos rompiendo con el pasado; otras nacieron aquí de padres cristianos o musulmanes, estudiaron en colegios españoles y un día decidieron abrazar la religión de Mahoma. Unas se criaron en profundas aldeas del Rif o Pakistán; otras, en capitales europeas. Unas emigraron para sobrevivir; otras, en busca de un horizonte de libertad. Algunas son universitarias. Abundan las que apenas saben leer y escribir. Unas siguieron mansamente al marido en su travesía y reprodujeron en España el microcosmos patriarcal de su sociedad de origen; otras lograron escapar a él. Unas vinieron solas, con un proyecto personal de vida. Eran viudas o divorciadas. Otras arrastraron tras ellas a un puñado de hijos que ya son españoles. Unas trabajan muy duro; otras viven encerradas. Unas son estrictas practicantes del islam, alérgicas a rozarse con un varón que no sea de su familia, de vuelta a casa en cuanto cae el sol; otras atraviesan a diario el Raval de Barcelona cruzándose con los espectrales yonkis y prostitutas de la calle Robadors sin pestañear. Y se consideran buenas creyentes. ?Si soy o no soy buena musulmana, sólo lo sabemos Dios y yo?, dice una de ellas.
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Formas diferentes de entender el islam. Como la distancia que separa a Fátima Taleb, una mediadora intercultural de Badalona, que recibe al periodista con el brazo estirado y la mano rígida para evitar la mínima posibilidad de un contacto físico, de Huma Jamshed, líder de las mujeres paquistaníes en Barcelona, que casi se tropieza en su precipitado intento de dar dos besos a los periodistas como muestra de fraternidad. Fátima y Huma son la imagen de que cada velo es un mundo.
Son mujeres y son musulmanas. En torno a medio millón en España. Algo menos de la mitad del millón largo de musulmanes que se calcula viven en nuestro país. De las in¬migrantes marroquíes a las conversas que apostaron por el islam ya en los setenta procedentes de la izquierda. De las estudiantes universitarias becadas a las españolas de origen árabe. Sin olvidar a las miles de musulmanas de Ceuta y Melilla. A todas las une el islam. Hoy intentan descubrir su camino sin renunciar a su religión. Las que aparecen en este reportaje afirman que llevan el velo, el hiyab, por decisión propia. Por convicción. Como bandera de su origen y religión. De su feminismo. Un peldaño más abajo, las mujeres más humildes, las inmigrantes económicas del Magreb, ni se lo plantean; nadie les preguntó nunca. No conciben salir a la calle sin velo por respeto al varón, a la familia, a la tradición. ?Sin él estaría como desnuda?. Militantes u oprimidas, todas pagan un precio. Se sienten observadas, vigiladas e incomprendidas. Obligadas a justificarse. Marginadas en el mercado laboral. No lo tienen fácil. ?En este país aún es duro llevar el pañuelo?, dicen. Unas cuantas están dispuestas a luchar por su identidad. Por una sociedad multicultural. Y tirar del resto.
Si el 11 de septiembre de 2001, y la posterior invasión de Afganistán e Irak, provocó en muchos musulmanes una ruptura con Occidente, la necesidad de reafirmarse en su religión y la popularización del hijab entre las jóvenes (muchas veces en contra de la opinión de sus padres), la matanza del 11 de marzo de 2004 cambió de golpe la vida de las hermanas Adlbi. Nada más producirse el atentado, Sirin, Yamám y Salam, antropóloga, diseñadora gráfica y pedagoga, entre 20 y 25 años, nacidas en Madrid de padres universitarios sirios, buenas estudiantes en colegios de monjas y piadosas musulmanas, se liaron sus pañuelos a la cabeza y se dirigieron a Atocha. ?No lo pensamos. Reunimos un grupo de amigos, éramos 60, todos españoles y musulmanes; nacidos aquí. Estábamos tristes, decepcionados, engañados. No nos entraba en la cabeza que alguien matara en nombre de nuestra religión. Hicimos una pancarta que decía: ?La barbarie no tiene religión, ni cultura, ni raza?. Era muy duro estar esa tarde en Atocha con velo. Ya se rumoreaba que no había sido ETA. Que eran los islamistas. Algunos de nosotros no se lo querían creer. Teníamos miedo. Cuando llegamos, la gente comenzó a murmurar. Nos miraban mal. Alguien gritó algo. Y de pronto, una mujer empezó a aplaudirnos. Y detrás de ella otros. Me puse a llorar. Y no podía parar?.
Aquella tarde nació la Asociación de Jóvenes Musulmanes, un grupo de universitarios musulmanes españoles capitaneado por mujeres, obstinado en derribar barreras entre las dos comunidades y tender puentes. Las hermanas Adlbi se reúnen cada semana con un grupo de mujeres en la mezquita madrileña de la M-30; se autogestionan; no tienen detrás un estricto imán que las aleccione; no están financiadas por la rigorista Arabia Saudí, como la mayoría de las instituciones islámicas (más de 1.500 mezquitas y centenares de centros islámicos en todo el mundo pagados a golpe de petrodólar). Van por libre. ?Somos independientes, luego pobres?. Entrevistarse con ellas supone someterse a una esgrima dialéctica. Detrás de su frágil apariencia, las Adlbi son duras. Cuestionan todo. Defienden su religión a muerte. En especial, Salam, de 23 años, que trabaja en un doctorado en pedagogía en la Universidad Complutense: ?No es fácil ser musulmana en España; la sociedad te rechaza y tú intentas sobrevivir. En cuanto te ven con velo, inmediatamente piensan que eres inmigrante, no sabes el idioma, eres analfabeta y tu marido te maltrata y obliga a ir tapada. Y te discriminan. No exagero, he nacido aquí y lo sé. Mi padre, que es un fiel musulmán, no me dejaba llevarlo, no quería que me buscara problemas. A los 18 años decidí ponérmelo.
?¿Por qué?
?Significaba mi compromiso con la religión. Un mensaje para mí y para la sociedad. Yo exijo que se me valore por lo que soy. Y afirmar ante la sociedad que la religión es un compromiso para todos los días. Tuve muchos años para pensármelo. Mejor. Porque si no te lo crees, si te lo imponen, es muy difícil aguantar. Algunas se lo quitan. Y las comprendo. Mi hermana Yamám trabaja en una empresa de diseño gráfico y nunca la ponen en relación con clientes por el velo; la tienen escondida.
No todas las jóvenes musulmanas son de la misma opinión. Mekia Nedjar, una estudiante argelina de doctorado de estudios árabes y traductora en Alcalá de Henares (Madrid), afirma que en España, una sociedad occidental y laica, ?he tenido fuerza y libertad para elegir lo que quería. Aquí entendí el velo. En Argelia era lo normal. Lo llevaba la gente en la universidad sin saber muy bien por qué. Bueno, a partir de los noventa, las cosas comenzaron a cambiar. Pero aquí nadie me obliga y he tenido un reencuentro con mi esencia. Me lo quité durante una temporada para probar y me sentí mal. Me lo puse y renací?.
Ana Planet, profesora de la Universidad Autónoma y una de las grandes especialistas del mundo árabe en nuestro país, compara a las hermanas Adlbi y su grupo de musulmanas con los movimientos cristianos de base: ?Se dedican a alfabetizar a mujeres; montan campamentos para niños, se reúnen, debaten, escriben, luchan por la libertad de género. Son muy combativas. Y al mismo tiempo, muy religiosas. Nunca se casarían con un no musulmán. Son españolas y saben que la Constitución las protege?.
Forman parte de esa nueva generación que quiere construir un islam a la medida de España. El islam de un país democrático, no de una dictadura árabe. Basado en la libertad individual y la igualdad de derechos, no maquillado por rancias costumbres tribales. ?Para conseguirlo necesitamos que no nos machaquen; las musulmanas, sobre todo las que tienen menos cultura, se deben enterar de que en el islam no hay nada que las oprima, que es todo una invención machista, que no se deben sentir discriminadas. Que no son ciudadanas de segunda a causa de la religión. Viven en una sociedad democrática. Y en paralelo, se tienen que sentir apoyadas por la sociedad de acogida. ¡Que no las machaquen aquí y allí!?, afirma, desde París, Ndye Andújar, musulmana conversa, profesora, politóloga y una de las acuñadoras del feminismo islámico.
?¿El islam no discrimina a la mujer?
?No hay ninguna incompatibilidad entre islam y derechos humanos. El Corán se ha interpretado siempre de forma machista. Hay que volver a las fuentes. Acabar con las interpretaciones patriarcales de esos juristas que han fabricado un islam a conveniencia de los hombres y los imanes analfabetos que las han pregonado. Hay que dinamizar y adaptar esa jurisprudencia desfasada hace siglos a nuestra realidad. Y luego, las autoridades españolas tienen que echar una mano. Tras la reagrupación familiar, la mujer debe obtener automáticamente un permiso de trabajo. No puede ser que lleguen aquí, se queden paradas y el marido las confine en casa. La falta de permiso de trabajo es un chantaje para que la musulmana dependa del marido y agonice en su hogar, y pierda la poca autoestima que le queda, y reproduzca los roles patriarcales del país de origen, y eduque a las hijas en el sexismo.
Esas olas de feminismo islámico están llegando a España principalmente desde Marruecos. En torno al 70% de las musulmanas que viven en España son de esa nacionalidad. El referente es Nadia Yassine, de 49 años, hija del fundador del movimiento islámico Justicia y Caridad, Abdessalam Yassine, represaliado por el régimen marroquí por sus críticas al rey Mohamed VI. Nadia Yassine, que comenzó a usar el hiyab a los 24 años y ha pasado por la cárcel, aboga por volver a las fuentes del islam y crear un feminismo diferente al occidental, al que acusa de ?fatalmente materialista?. Su impulso político es evidente entre las universitarias musulmanas más piadosas.
Por ejemplo, Fátima Taleb, de 32 años, nacida en Marruecos, que vive en Badalona hace 10. Fátima es mediadora intercultural y ha sido profesora de árabe y secretaria de la asociación cultural Amics, una organización dedicada a la integración de inmigrantes magrebíes, cuyo líder, Taoufik Cheddadi, fue detenido en 2005 y 2007 por pre¬¬¬sunta cola¬boración de él y su asociación con grupos terroristas islámicos. Ella niega ninguna relación. ?Aún no nos explicamos por qué nos tomaron por terroristas; yo creo que las autoridades españolas no saben cómo tratar el tema is¬lámico. Y ante la menor duda, cortan por lo sano?.
Fátima Taleb es una musulmana rigorista, reivindicativa y agradable. Con el velo negro soldado al cuero cabelludo. Lleva vaqueros y unas bonitas deportivas. Extiende la mano con frialdad. Familiaridades, las justas. Relación con los hombres, nulas fuera del matrimonio. ?Cuando llegas a una sociedad occidental sufres un desgarro; lo único que te queda es la religión, y eso te hace reflexionar y te agarras a ella. Es tu refugio?. Fátima no se salta ni un pilar del islam, pero defiende el divorcio, la sexualidad con amor, la igualdad hombre-mujer, el total acceso a la educación y la recuperación de los míticos derechos históricos de la mujer musulmana. ?Los hombres mienten en nombre del islam. Y si eres analfabeta es más fácil que te manipulen. Te dicen: ?No puedes salir de casa por¬que va contra el Corán?. Y te lo tragas. Yo luché por divorciarme. Y lo conseguí. Hay que leer y estudiar. Los radicales y terroristas no tienen ningún conocimiento del Corán. Funciona el boca a boca. Y yo creo que la mujer debe satisfacer al hombre, y viceversa. Soy feminista, pero a mi manera; no creo en el feminismo occidental, no tengo nada contra los hombres. Si mi marido me dice que no vaya a un bar, no voy, pero él tendrá que cumplir otras obligaciones. Todo está en el Corán, mi libertad, todos mis derechos. Y si los recupero no necesito más?.
El debate entre las feministas musulmanas está servido. Según Said Kirlani, presidente de la Asociación de Estudiantes Marro¬quíes, ?se está hablando mucho de transición política en Marruecos, pero de lo que apenas se habla es de la transformación que se está produciendo en torno a los derechos de la mujer. El cambio de la Mudawana ha sido un paso de gigante para la modernización de nuestra sociedad?. La Mudawana, un conjunto de leyes civiles-religiosas, en vigor en Marruecos desde la independencia, ha convertido durante medio siglo a la mujer en una ciudadana de segunda, otorgando al varón el derecho al repudio, el divorcio, la poligamia y la tutela legal de los hijos, además de reglamentar la obligación de la fidelidad y obediencia de la esposa al marido. Ese siniestro código de familia, equivalente al que rige los destinos de las mujeres en muchos países musulmanes, desde Pakistán hasta las monarquías del Golfo, basado en el Corán y la tradición colonial, fue sustituido en Marruecos en 2004 por una nueva legislación que otorga por primera vez derechos civiles a la mujer marroquí. ?Ha habido un importante proceso legal en Marruecos, pero no tanto un cambio real?, explica Ana Planet, profesora de la Universidad Autónoma. ?El cambio de las leyes ha venido muy bien a las mujeres emancipadas, a las solteras, a las que trabajan; pero el resto se ha quedado como estaba. La ley ha cambiado, pero ellas no se han enterado; sobre todo en los medios rurales y, lógicamente, en la inmigración?.
Maryam y Naima luchan a diario por informar a sus compatriotas de sus recién adquiridos derechos civiles a través de Red de Mujeres de Atime (Asociación de Inmigrantes y Trabajadores Marroquíes en España). Son dos mujeres grandes, guapas, sonrientes, a las que nadie ha regalado nada. Maryam y Aima no llevan pañuelo. Van vestidas de Zara. Mariam Beyuki es la única mujer en la directiva de Atime. Y su secretaria general. ?Llevo 10 años en España, y he tenido que demostrar lo que valgo diez veces más que un tío?, relata con rabia. ?En Marruecos vivimos un momento importante para la mujer. La reforma de la Mudawana es una conquista. Y nosotras explicamos a las que viven aquí que sus derechos han cambiado.
?¿Cuál es el perfil de las marroquíes que viven en España?
?Son principalmente mujeres que han venido siguiendo al marido con la reagrupación familiar. Carecen de independencia económica y repiten en España los roles del patriarcado. Les enseñamos el idioma, les hablamos de planificación familiar, sacamos a la luz malos tratos. El hombre se resiste a los cambios; pero como tienen muchos hijos, termina transigiendo en el tema laboral porque se necesita el dinero. El servicio doméstico es el pasaje obligatorio de estas mujeres. Para trabajar en un supermercado les obligan a quitarse el velo. Muchas no quieren. Prefieren quedarse en casa. Pero otras se lo quitan y se ponen una faldita. El hombre aún se niega a que trabajen en hostelería. Como se niega a que entren a un bar o fumen. En realidad es la familia, el grupo, el que mantiene el control sobre la moral de la mujer. La clave del cambio es que la mujer trabaje. No se trata de arrebatarles sus tradiciones, porque la integración se debe basar en la identidad plural. Deben mantener su cultura, su tradición, su religión, pero bajo el referente de los derechos humanos.
En esa línea, las jóvenes intelectuales del islam en España abogan por una religión donde el sexo busca el placer y no estrictamente la procreación. La poligamia es algo del pasado. Los malos tratos y la violencia están proscritos; el divorcio no es monopolio del varón; los matrimonios pactados son ilícitos, y nadie puede obligar a la mujer a que cubra su cuerpo en contra de su voluntad. La anticoncepción y el aborto no están prohibidos. Sobre el papel, una gran conquista para la mujer. Complicado hacerlo realidad.
No es fácil conseguir que ese mensaje renovador cale entre las mujeres menos favorecidas. Muchas musulmanas viven como en sus aldeas de origen: vestidas con atuendos tradicionales, inactivas, incomunicadas, con miedo. Con mucho miedo. A lo de dentro y a lo de fuera. A una sociedad que desconocen y cuyo idioma no entienden. Al qué dirán. Al código de honor. A las miradas curiosas de los vecinos. Reunirse con una docena de ellas, procedentes del norte de Marruecos, analfabetas, cargadas de hijos y afin¬¬¬cadas en la sierra oeste de Madrid, supone toparse con un muro infranqueable. Sus maridos no saben que están reunidas, menos aún que están hablando con un hombre. Una se atreve a alabar tímidamente la planificación familiar en este país. Tiene 37 años y ocho hijos. Es guapa, con cara de cría. Viste de negro hasta las cejas. Quiere hacerse una ligadura de trompas. ?Aunque el que en realidad tenía que hacérsela es mi marido?. Estallan las primeras carcajadas de la asamblea.
De Madrid a Barcelona. No corren buenos tiempos en el Raval. Tras la detención de un grupo de presuntos terroristas islamistas paquistaníes organizados en torno a varios oratorios del barrio, la población musulmana del barrio se ha replegado. En el distrito barcelonés de Ciutat Vella viven unos 20.000 paquistaníes. Comenzaron a llegar a España en 1972 para trabajar en las minas de La Rioja. Muchos recalaron en los barrios más deteriorados de Barcelona. La reagrupación familiar hizo el resto. Treinta años más tarde, la comunidad paquistaní es, posiblemente, la más hermética de nuestro país. Y la situación de muchas de sus mujeres, dramática. Huma Jamshed lucha en solitario por su dignidad y su integración. ?El 70% quieren ser como yo: modernas. Pero tienen miedo de ser expulsadas del grupo. Y eso es duro para un inmigrante?.
Huma avanza como un ciclón por el Raval. Es una mujer sin miedo; no teme ni a los imanes extremistas de la calle Hospital, y menos aún al que dirán. Sabe que algunos amigos paquistaníes de su marido la llaman puta. ?Si tengo sed, entro en un bar; si tengo que atajar, paso por donde las prostitutas?. Huma se ha puesto hoy aquel conjuntito beis de chaqueta y pantalón que compró en Zara hace 10 años para ir a una boda. Fue su primer atuendo occidental. Luego vino el vaquero. No lleva velo. Sólo para rezar. ?La religión es algo más intenso entre Dios y tú que un velo?. Huma se define como ?moderna en la calle y musulmana tradicional en casa?. ?Mi marido me deja trabajar en la asociación porque sabe que tengo la casa limpia, la comida hecha, los niños cuidados y soy una buena musulmana?.
Huma es licenciada en químicas por la Universidad de Karachi y dirige la Asociación Cultural-Educativa y Social-Operativa de Mujeres Paquistaníes, por la que pasan 800 mujeres al año, a las que asesora en asuntos legales, procura que aprendan el idioma y relaciona con otras mujeres a través de fiestas y actividades culturales. El retrato que hace de las paquistaníes en Cataluña (pueden ser más de 20.000) es desolador: ?Pobres, sin derechos; pasivas. Engañadas. Sus niñas están destinadas a matrimonios pactados. Una situación aún peor que en Pakistán, porque están más aisladas. No van ni al oratorio porque no hay sitio para ellas. Y lo que es peor, no añoran la libertad porque nunca la han tenido. ¿La solución? Salir, luchar, trabajar. Integrarnos en esta sociedad?. El final de la conversación con Huma termina con un gusto agridulce: ?No sé, quizá sea una batalla perdida. ¿Quién me dice que cuando a mi hija de 16 años le llegue el momento de casarse no intentaré negociarle un buen matrimonio? Otra cosa es que ella, que ha crecido aquí, vaya a tragar. Y entonces a lo mejor las cosas comienzan a cambiar?.
Regresar supondría el fracaso. Acabar con su última esperanza. Han parido aquí a sus hijos. Esa segunda generación que odia ser identificada por ese nombre ??nos gustaría que nos llamaran, simplemente, españoles??. Se habla de unos 200.000 chicos y chicas musulmanes en España. Saben el idioma y están entrando en la universidad. Es difícil saber qué camino elegirán cuando llegue su momento. Si se repetirá la tragedia de los hijos de los inmigrantes en Francia: ni franceses, ni magrebíes. En guerra con un sistema que desde 2004 prohíbe el velo en las escuelas francesas.
Para Sefira, una filóloga argelina que llegó a España hace 30 años, que no lleva pañuelo y maneja un islam más cultural que religioso, ?el error de los franceses con la ley del velo ha sido impresionante. Si un padre musulmán obliga a su hija a llevar el velo y el colegio dice que no, lo primero que hace el padre es sacarla de allí y mandarla de vuelta a Marruecos. Una tragedia. Porque si esa niña está escolarizada, aunque sea con velo, adquirirá un nivel cultural, y es más fácil que escape a este mundo que si está en una aldea de Marruecos casada con su primo?.
No se van a marchar. Y menos aún las musulmanas españolas, que, al contrario de sus correligionarias de otros orígenes, no tienen adónde ir: ?Somos de aquí. Hay gente en este país que aún identifica español con cristiano. Se empeñan en compararme con una saudí. ¿Pero por qué no me comparan con una de Cuenca? Yo soy tan española como la de Castilla?, desafía Fátima Hamed, de 29 años, abogada y diputada de la Asamblea de Ceuta por la coalición Unión Democrática Ceutí (una formación política de mayoría musulmana que ocupa un tercio de los escaños de la ciudad). Velo negro, maquillaje chispeante, vaqueros y botas de tacón de aguja. Sonrisa permanente. Rapidez en las respuestas. Fati es la primera mujer que accede con hiyab a la Asamblea de la ciudad. Es un icono. A su pesar. En la comunidad cristiana de Ceuta, muchos observan con recelo el ascenso demográfico (el 80% de los nacimientos son de familias musulmanas) de sus convecinos moros. Tradicionalmente, ciudadanos de tercera. Hoy, a las puertas del poder. ?Soy musulmana, pero no soy conservadora, analfabeta ni estoy oprimida. Soy de izquierdas y progresista. Soy española. Y llevo velo?.
?Porque soy musulmana.
Los dos periodistas han llegado a Ceuta en busca de una fotografía: una diputada musulmana de izquierdas, Fátima Hamed, con velo, frente a una diputada musulmana de derechas, Rabea Mohamed, del PP, sin velo. Reflejaría tópicamente los dos extremos del islam. La realidad es tozuda. Las diferencias entre Fátima y Rabea se limitan al pañuelo. El resto es calcado. Las dos se consideran españolas por los cuatro costados, son de la misma generación, han nacido en los mismos barrios y tienen el mismo origen social y familiar (sus abuelos formaron parte del ejército de Franco). Las dos han estudiado una carrera universitaria, trabajan, están casadas y tienen hijos. A ninguna le impusieron el velo. Las dos creen en la igualdad de la mujer. Las dos proceden del movimiento vecinal. Las dos son musulmanas sin aspavientos. Las dos practican. Las dos están con¬tra la prohibición del velo en Francia. Y las dos están convencidas de que en Ceuta los musulmanes siempre han sido los pobres y marginados de la sociedad. Sólo hay que pasearse por el barrio del Príncipe o por Benzú. Y hay que acabar con eso. Que el fracaso escolar entre los musulmanes duplica el de los cristianos (un hecho similar al que se vive en Melilla). Y la educación es el único camino que un día hará libres a esos jóvenes españoles que rezan a Alá. Para terminar, las dos son feministas.
El tibio movimiento feminista islámico comenzó a andar en nuestro país en los noventa con el nacimiento de dos asociaciones de mujeres, An-Nisa, en Madrid, e Inshallah, en Barcelona. Ambas capitaneadas por conversas. El año 2000 demandaron al imán de Fuengirola, Mohamed Kemal, por apología de la violencia machista en sus escritos doctrinales, ante el pasmo del sector más conservador del islam. Kemal terminaría humillado ante los tribunales. Fue una victoria para las musulmanas españolas. Detrás de aquella primera asociación, de la relación entre las conversas ilustradas y una nueva generación de mujeres universitarias, han ido surgiendo organizaciones por toda España, desde Taiba en Madrid y la Comunidad de Mujeres Musulmanas de Zaragoza hasta la Comunidad de Mujeres Musulmanas de Granada o la Junta de Mujeres Musulmanas de Málaga. Trabajan por el feminismo islámico al margen de las divididas, enemistadas y mal organizadas comunidades musulmanas dirigidas por hombres.
Y dentro de esa red, quizá una de las organizaciones más interesantes sea Mujeres Musulmanas por la Luz del Islam, de Valencia. Principalmente por la personalidad de las dos tunecinas que la dirigen, Cherifa Ben Hassine y Ouassila el Barouni. ?Empezamos hace 10 años con tres mujeres y hemos logrado reunir a 300. Se van abriendo, hablan; las animamos a salir, a conocer a las vecinas, a cuidarse, a relajarse. Muchos maridos no están de acuerdo. Uno me dijo que para qué iba a ir su mujer a un taller de relajación si el islam es la paz. Y yo las digo: ?Si el marido no os deja salir de casa, ¡estudiad en vez de ver culebrones!?, relata Cherifa, enemiga declarada del islam rigorista de inspiración saudí y con un apasionante discurso de igualdad de género fronterizo con el feminismo occidental.
Más apasionante aún es el trabajo de Ouassila el Barouni, una psicóloga de 44 años especializada en casos de malos tratos a mujeres musulmanas. ?Para hacer mi doctorado entrevisté a un centenar de mujeres musulmanas, y 52 terminaron confesándome que habían sido maltratadas. Iban confiándose. Y un día empezaron a contarlo todo. Y empezamos a tomar medidas. Es un tema diferente al de las españolas. La musulmana aquí está sola; sin apoyo social, sin familia, sin amigos. Con mucho peso de la religión. Y además muchas justifican los malos tratos como un hecho cultural-religioso. No denuncian. Viven con el maltratador; con miedo, sin papeles. Es un callejón sin salida. Si denuncian, la comunidad se les echa en¬cima. ¿Y adónde se van a ir? Pero que 52 mujeres musulmanas lo hayan contado es un gran paso?.
Pequeños pasos en muchas direcciones. Aunque a veces da la sensación de que se avanza demasiado despacio. En Valencia, Cherifa Ben Hassine organiza esta tarde una fiesta del Cordero para medio centenar de mujeres magrebíes originarias del medio rural, a la que también están invitados los dos periodistas de El País Semanal. Habrá comida, refrescos, baile y canciones. Todo está listo para empezar. Pero en el momento en que los dos periodistas entran en el salón se hace un silencio absoluto. Una musulmana rigorista, cubierta con un burdo tejido pardo similar al de una monja de clausura, abandona la reunión a la carrera. Otras la siguen. Todas bajan la cabeza. Ninguna quiere fotos. Cuando unos minutos más tarde dejamos el recinto, comienza la fiesta a nuestras espaldas. Suena la música y se escuchan las risas.
No es fácil para ese medio millón de musulmanas que viven en España encontrar su camino. Respetar al tiempo la ley de Dios, la de los hombres y la de sus hombres. Muchas luchan por ello. Es una nueva generación. Que quiere ir más lejos. Poco a poco. Hace siete meses, Huma Jamshed, la líder de las paquistaníes del Raval, decidió organizar unos cursos de gimnasia para sus compa¬ñeras. ?Como no salen de casa, se estaban poniendo todas muy gordas. Y me puse en contacto con un gimnasio para que nos reservara dos horas. El primer día fueron todas con la chilaba y el pañuelo; con miedo por si había hombres. Muchas, ni se lo dijeron a los maridos. Fue un desastre: es imposible hacer ejercicio con esa ropa; se enredaban, se caían. Era peligroso. A la siguiente sesión, la cosa comenzó a cambiar. Estaban más relajadas. Hoy se han comprado un chándal. Y alguna hasta se quita el pañuelo durante las clases. Y están felices. ¿Es un primer paso, no??.
muna - 18-02-2008 - 20:23:10h
como pueden comprobar la pobreza mental tambien existe.
38
gruneaugen - 18-02-2008 - 10:51:36h
Esta frase del artículo es para pensar: "MI MARIDO ME DEJA trabajar en la asociación porque sabe que tengo la casa limpia, la comida hecha, los niños cuidados y soy una buena musulmana?". Esto es una falsa libertad e independencia, se engañan ellas mismas... una pena.
37
Abdelkhalek - 18-02-2008 - 00:17:24h
ser femenista y llevar el velo es como ser del barça y del madrid a la vez, soy musulman ( marruque),conozco muy bien mi cultura y resumo el prblema del velo y de la mujer arabi -musulmana en la cultura machista que domena en nuestro mundo . por lo tanto ,una mujer con el velo es siñal de¨:o bien de imposecion del varon de su entorno,cosa que es deprobable o bien de su conveccion religiosa, cosa que es perfectamente respetada y respetable ,pero para empizar a ser libre ,la mujer debe despejar su cabeza de tanto trapo machista,y que su cuerpo no sea un producto para el macho consumista.
36
Marta - 17-02-2008 - 23:05:50h
Totalmente de acuerdo con María, comentario nº 4. Por cierto, ¿por qué no escribís un artículo de las mujeres que aceptan libremente la ablación? También es una costumbre y seguro que habrá muchas que estén de acuerdo. Es más, creo que la llevan a cabo mujeres, ¿o de las mujeres que están de acuerdo con la lapidación? ¿por qué solicitamos clemencia cuando una mujer es condenada a morir lapidada si es su ley y no deberíamos intervenir? Hay demasiada candidez en este mundo.
35
montse - 17-02-2008 - 22:14:35h
pienso que estas mujeres se sienten orgullosas de llevar el velo por no desterrar completamente todo lo que rechazan de su cultura respecto a la superioridad del hombre respecto a la mujer y solo les queda conservar esta tradicion para no sentirse occidentales, alla ellas, si llevan velo o si llevan tanga, nadie mas que ellas saben lo que soportan y transiguen en nombre de su religion o su cultura, a nosotras las occidentales nos deberia dar igual, que ellas vayan por el camino que quieran, pero siempre van a tener algun miembro masculino de su familia dandoles el conazo, eso seguro!!! lleven velo o no, o sea que el paso seria educar a los
Egipto: Um ad-dunya
Egipto entre bambalinas
Sin duda Egipto es un país que te atrapa y te cautiva con su poderoso encanto. Pero esta, es una seducción ambigua. La fachada arqueológica, que encadiló a Napoleón y engrandecieron los escritores y pintores románticos, nos traslada a un pasado glorioso, anterior a nuestra era. Pero es un viaje con ciertas “incomodidades”. El tortuoso camino a través de templos, mastabas, sarcofagos, momias, museos, está jalonado de una troop de guías, más o menos oficiales, de codiciosos policías y de una chiquilleria ávida de un formidable afán depredatorio. Este es el fastidioso precio que ha de pagar el “primer mundo” por pasearse por las maravillas que todavía no robó del “tercer mundo”. Esta “incomidad”, que “sufre” el turista, sólo representa la punta del iceberg de un país castigado por la corrupción y la pobreza.
Podemos hacer una visita aséptica y contemplar las desnudas e historiadas piedras de los templos, o cruzar la calle del itenerario oficial y deambular por las tripas del Egipto del siglo XXI.
Mi llegada a la megalópolis cairota fue dura. Me sentí observado, blanco de todas las miradas. Supongo que trasmitía inseguridad, motivada por no conseguir solucionar mi logística del viaje con la celeridad deseada. Es verdad que el egipcio es curioso por naturaleza y un extranjero despistado, es un reclamo particularmente sugestivo para saciar su interés. Pero esta fragilidad, que yo demostraba, solo despertó palabras de ánimo y apoyo. En uno de mis erráticos paseos por Heliópolis, barrio acomodado en la periferia de la capital, una chica, en perfecto inglés, se ofreció a comprarme la fruta ante mi incertidumbre con los precios. Más tarde el dependiente de la tienda de vodafone me dio su número de teléfono para solucionarme cualquier contratiempo, llegado el caso, defenderme de cualquier indeseable. Finalmente, un chico que regentaba una tienda de comida rápida árabe, después de una animada conversación, no quiso cobrarme nada de lo que consumí. Todo esto me ocurrió el segundo día que pasé en el Cairo. Los gestos de amabilidad se sucedieron a lo largo de los 40 días que pasé en Egipto, lo corroboran los innumerables “cheis” o tes a los que fui invitado al calor de una buena conversación. Mi mejor recuerdo es para mi amigo Abd al-aziz, el pastelero, de dulces sirios, que habitualmente visitaba en el barrio de Sayyida Zeinab y que siempre se negaba a cobrarme. Y no solo eso, sino que, además me regalaba un paquetito de kunafas, hojaldres con crema, esmeradamente envuelto para mis compañeros de piso. De aquellos encuentros nació una amistad que todavía perdura y que propició una inolvidable visita a Ashkur, su aldea natal.
Es verdad que las virtudes del moderno Egipto quedan eclipsadas, para los occidentales, por la magnificencia de su pasado faraónico. Sin embargo es de una importancia vital conocer el Egipto moderno y a los modernos egipcios. El país de los faraones es, hoy en día, una controvertida referencia en los países árabes. El pasado reciente nos revela que Egipto fue líder de los países no alineados, un modelo para los estados en proceso de descolonización. También fue abanderado del laicismo árabe y, paradójicamente, guía del islam ortodoxo sunní, así como origen de todas las tendencias islámicas, tanto las moderadas como las radicales.Ciertamente perdió su liderazgo moral dentro del mundo árabe, especialmente tras los diversos acuerdos con EE.UU e Israel. A pesar de todo sigue siendo la indiscutible referencia en la cultura árabe contemporánea.
Egipto es un modelo de convivencia religiosa. Al menos esto es lo que me aseguraron varios cristianos coptos, la numerosa minoría cristiana presente en el país. Recuerdo algunas anécdotas que atestiguan este aserto. Conocí a George, un activo estudiante universatario, cristiano copto, que participaba en una obra de teatro con chicos y chicas musulmanas. Todos ellos me insistieron en la buena relación de ambas comunidades religiosas. Lo cierto es que los matrimonios mixtos no son muy habituales, pero sí la convivencia en un mismo barrio, en el trabajo o la universidad, lo mismo que observé en mi estancia en Damasco. En otra ocasión tuve una animada conversación con unos jóvenes coptos en un cafetín regentado por un musulmán, en un punto de la conversación pregunté por la relación de ambas comunidades, todos a una, me aseguraron que era de absoluta normalidad. Esta claro que no es oro todo lo que reluce, el conflicto interfonfesional existe, si bien es verdad que este es instigado por unos pocos extremistas.
Fátima es profesora de universidad, una musulmana practicante contraria al uso obligatorio del velo islámico o hiyab. A muchas correligionarias de Fátima confunde su actitud, dudan si es cristiana, pero al no llevar signos claros de ser de esta confesión, como un colgante con una cruz o un pequeño tatuaje, se delata su condición de musulmana “insumisa” al hiyab. La profesora me contaba que sus amigas intimas la recriminaban por su aptitud y, que hasta en la calle o en el metro, la intentaban convecer de su mal proceder. Me confesaba que sentía cierto acoso, pero que sabía que el islam no obligaba a vestir el hiyab y que los argumentos a su favor son débiles, normalmente, de carácter misógeno, y, en muchas ocasiones, aprovechan la ignorancia de la mujer para obligarla a vestir el hiyab. En un vagón de metro, de los de uso exclusivo femenino, una mujer la increpó por no ser buena musulmana, harta de tanta intromisión, Fátima la contestó: “¿qué prefieres que lleve velo y sea una puta o que no lo lleve?”. A mi paso por la universidad de Ain Shams del Cairo pude observar la generalización en uso del hiyab por parte de las jóvenes universitarias, mi sorpresa fue la cantidad de maneras diferentes de usarlo, los colores chillones de los pañuelos y, paradoja que me apuntaba la propia profesora: el uso de maquillaje, tejanos y camisetas ajustadas, en la línea de cómo lo llevan en otros países no musulmanes. Ella me comentaba que estaba claro que, en muchos casos, el uso del hiyab era un símbolo social mas que un símbolo religioso. En mi última visita a Egipto, hace unos 15 años, vi algunos pañuelos islámicos pero la pauta era la contraria. La proporción se ha invertido, “ahora la que no lleva pañuelo es la rara” me confrmaba Fátima. En mi recorrido por la facultad me sorprendió la clarísima superioridad de chicas estudiantes frente a los chicos, reflejado en la cantidad de pañuelos coloreados que se observaban en los pasillos y patios del edificio, extraño en una sociedad dominada por los hombres. Fátima me aclaró esta aparente contradición: “En primer lugar, señalar que nos encotrabamos en una facultad de letras, habitual feudo femenino, y, en segundo, que el futuro de estas estudiantes, ¡en un 90%!, se encuentra en velar por su virginidad para poder casarse y dedicarse a las labores domésticas, el título universitario no es mas que un preciado adorno del currículo de la futura esposa”.
La doble moral reina a sus anchas en el país del Nilo. En cierta manera me recuerda a la moral laxa que existía en la Edad Media, todo el mundo hacía lo que le venía en gana, ya vendría la autoridad eclesiástica a reprimir algunas “desviaciones” para que todos siguieran practicando lo de siempre. Ilustrativo es el caso que de la detención 15 homosexuales, y posterior condena de cinco de ellos, el pasado 2008. El escritor Juan Goytisolo se hacía eco de este hecho, se extrañaba de la actitud de las autoridades egipcias y comentaba que en los países árabes siempre se había practicado la homosexualidad, y que él se había sentido más libre de experimentarla que en otros países, supuestamente, más liberales. El caso de los 15 homosexuales detenidos por "práctica del libertinaje de forma habitual" trascendió a la opinión pública occidental y fue denunciado por asocioaciones de gays y de derechos humanos. Por desgracia este no es un caso aislado, la intransigencia de la élite religiosa se hace notar y, a pesar de no estar penada la homosexualidad, se persigue una práctica, por otro lado, habitual y pública. Pero volvamos al caso citado anteriormente. En aquella ocasión hubo condenas muy duras de cárcel y trabajos forzados. Lo que trascendió a la opinión publica occidental fue la imposibilidad de ejecutar las condenas al no haber una base legal contra los gays en su país. En realidad se utilizó de tapadera la condición homosexual de estos chicos con el objeto de arruinar la carrera política de los padres. Alaa al aswany en su magistral novela “el edificio Yacobian” nos describe una situación ficticia muy similar, un lobby político aprovecha la condición homosexual del redactor jefe de un periódico para hundir su carrera.
Mucha gente prefiere mirar para otro lado o simplemente moverse en la ignorancia. En una conversación privada, un estudiante universitario negaba con rotundidad la existencia de gays en Egipto, el profesor presente se pasmaba de la candidez de su alumno afirmando que todo el mundo sabía que lugares eran frecuentados por gays, y que había un gran número de ellos, incluso, algunos personajes muy reconocidos de la vida pública. De hecho, durante mi estancia en El Cairo, un conocido presentador de la televisión española, junto a su marido, pasó sus vacaciones en la ciudad que frecuentan habitualmente. Muy diferente es el problema de la prostitución masculina, yo les conté una anécdota que me ocurrió en primer viajea Egipto con unos niños de Luxor, los cuales quisieron “comernos el platano tal y como les gustaba a todos los españoles e italianos.”
Tuve la oportunidad de vivir una curiosa viñeta burocrática con la renovación de mi visado de turista. La Mogamma no es un edificio cualquiera, son las entrañas de la burocracia egipcia cocidas a fuego lento por un ejército de 20.000 funcionarios. Recuerdo el interior del edificio como la barriga de una criatura descomunal. El plasma que circula por sus venas es el torrente de almas que buscan desesperadas la ventanilla donde solucionar su permiso de residencia, una multa de tráfico o, como en mi caso, la extensión de una visa. Paso el control de la puerta principal y me veo inmerso en un laberinto de pasillos, oficinas, controles policiales, fotocopiadoras y ansiosos peticionarios de toda clase y condición. Subo unas escaleras, miro hacia un lado y observo el patio central que organiza todo el edificio, una capa blanca espesa formada por los miles de pedazos de papeles oficiales deshechados desde las ventanas por los funcionarios, tapiza el olvido y el alma de un Egipto oscuro e insondable. -¿Dónde esta la ventanilla para renovar el visado? -¡Ah! tengo que subir dos plantas. Paso otro control de policía–¿quieres un té? ¿unas garrapiñadas? me dice un jóven –no, gracias, quiero saber dónde... y vuelta a preguntar. Milagrosamente, y después de haber pasado por dos ventanillas más, me encuentro en una amorfa cola de extensión de visados. Ahora me toca luchar por introducir mi mano, a la vez que otra media docena, y chillar mi petición con mis papeles. Entre empellones y manos peticionarias forcejeo en los huecos de las ventanillas ante la fria mirada de la burócrota. Me tengo que enfadar, un sonriente tour operador, con un puñado de pasaportes, se me cuela una y otra vez, ante mi indignación increpo al sujeto que me responde divertido: –esto no es Europa, tómatelo con calma. Miro desafiante a la oficinista que contraataca: -¡Te falta una foto y los sellos!, ruge desde su poltrona. El “operador” insiste en su gestión metiendo sus pasaportes por delante de mis narices y cerrandome el campo visual; a la vez, oígo a la mujer desde el otro lado de la ventanilla, visiblemente fastidiada por mi creciente irritación: -¡te falta este documento, vete a hacer una fotocopia a la planta primera! -pero... ya es la tercera vez que espero, mejor dicho lucho en la fila –murmullo enfadado. Vuelve a pasar los controles, a lidiar, entre empujones, en la ventanilla de fotocopias ¡y que no se cuele ni uno!, pienso aturdido. Por último, sigue, cual ceñudo montaraz, los pasillos y a no despistarse, ya que detrás de la ventanilla te espera tu “cariñosa” funcionaria a la que tienes que entregar la última fotocopia . El resultado fue alentador, ¡al-jandullilah!: obtuve un visado de 6 meses por menos de un euro ¡En España pagué 25 euros por visado de un mes!